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  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

EL SEÑOR PRESIDENTE: REALIDAD Y FICCIÓN EN GUATEMALA (1970)

A propósito de la muerte del embajador de la República Federal Alemana en Guatemala, conde Karl von Spreti, han corrido ríos de tinta: indignación y análisis de las circunstancias, sugerencias para remediar que tan trágico hecho pueda repetirse en el futuro, etcétera. Prácticamente no hay ya punto que se preste al comentario, porque todos han sido tocados por especialistas en asuntos jurídicos, en política internacional, en las más diversas variedades de disciplinas serias que permiten comprender la realidad y enjuiciarla de una manera ponderada y justa.

Sin embargo, se resiste uno a dejar pasar en silencio un acontecimiento tan escandalosamente significativo y que de modo tan directo conmueve desde nuestro más rudimentario sentido del deber ser hasta nuestra más desaforada imaginación.

Apelando a ella, vamos a reflexionar un momento acerca de una versión propalada por varias y prestigiosas agencias de noticias extranjeras, según las cuales


…el presidente de Guatemala Julio César Méndez Montenegro, con el apoyo de dos de sus ministros, Fuentes Mohr y De la Rosa Santa Cruz, de Relaciones Exteriores y del Trabajo, respectivamente, libró en vano una batalla para persuadir a los restantes miembros de su gabinete de que aceptaran la demanda de los miembros de las FAR y salvar así la vida del embajador Karl von Spreti, según se dijo hoy en autorizados círculos diplomáticos. 
Sin embargo, sus argumentos fueron rechazados por los restantes ministros, que se adhirieron a la postura asumida por el ministro de la Defensa, quien afirmó que los rebeldes no se atreverían a dar muerte a Von Spreti, añadieron las mismas fuentes.
Se dijo que Fuentes Mohr lanzó un desesperado llamamiento a sus colegas de gabinete para que no abandonara al representante de Bonn a la merced de los rebeldes, pero todas sus exhortaciones cayeron en el vacío, precisan los informantes. 

Es posible que los corresponsales de las mencionadas agencias noticiosas sean muy concienzudos en el cumplimiento de su deber; es posible que los rumores que recogieron y a los que dieron crédito y publicidad hayan tenido su origen en “autorizados círculos diplomáticos”. Es posible que el hecho que narran haya ocurrido así y sea verdad. Lo que no es posible es que nos parezca verosímil.

La imagen que se proyecta de Guatemala —un presidente dialogando son sus ministros, de igual a igual, una divergencia de opiniones en la que predomina la mayoría, una voluntad presidencial que tiene que librar batallas para cumplirse y que las pierde— es la de una república en que rige un gobierno democrático al estilo de los países escandinavos o de Suiza y no una de esas democracias criollas en las que hacemos juegos malabares con las grandes palabras para evitar que nunca vayan a guardar ni la más mínima correspondencia con los hechos a los que se supone que designan.

¡Con qué lógica se van eslabonando, a partir de este momento estelar de la humanidad latinoamericana en que un presidente se deja convencer por las razones que exponen sus ministros, los pasos subsiguientes! Es natural que el ministro de Defensa haya invocado principios puramente tácticos: los guerrilleros no se iban a atrever a cumplir sus amenazas. Pero no se puede tomar una determinación de tan grave trascendencia como la que se estaba debatiendo basándose en simples suposiciones. Habría que recurrir a argumentos sublimes.

¿A quién se le ocurrió que ceder a los requerimientos de los guerrilleros era violar el orden constitucional? Al ministro de Educación o de Cultura o de algo equivalente o, en su defecto, al más leído y escrebido del grupo. Y el orden constitucional es algo que de tan “divino modo” interpreta los anhelos del pueblo y satisface sus necesidades que nunca, bajo ninguna circunstancia, se ha de caer en el delito de lesa patria de violarlo. Allí mismo, en ese momento, acababa de verse cómo el mismo presidente se inclinaba ante la opinión de los demás.

Lo único que algún espíritu suspicaz podría encontrar no satisfactoriamente explicado, es la presencia de los guerrilleros dentro de tal arcadia.

¿Cómo ha surgido en el seno de una sociedad que marcha serena y firmemente por el camino de la justicia, de la armonía entre las clases, de la libre expresión de las ideas, del derecho al disentimiento, de la equitativa distribución de la riqueza y del trabajo, del respeto entre gobernantes y gobernados?

¿Cómo han podido operar durante tantos años sin que la vigilancia de las autoridades logre desenmascarar a los cabecillas y reducir a la impotencia a sus seguidores? ¿Qué quieren, qué buscan, qué se proponen si se les ha deparado el mejor de los mundos posibles? ¿Cómo logran inducir a otros a que los protejan, a que se conviertan en sus cómplices y en sus encubridores?

Las respuestas a tales interrogantes pueden ser múltiples y darse en diferentes niveles. Por ejemplo: a los guerrilleros les administraron un bebedizo, los hicieron víctimas de brujerías, los volvieron locos con procedimientos mágicos. (Ésta para el consumo del vulgo ignorante.)

Por ejemplo: a los guerrilleros los entrenan, los sostienen y los obligan a cumplir con una misión de la que muchas veces quisieran desertar, desde el Kremlin, desde Pekín, desde La Habana. (Está elaborada en los laboratorios secretos de la CIA.)

Los guerrilleros son los inadaptados, los marginales, los niños problema que se dan hasta en las mejores familias. ¿Usted cree que si el régimen guatemalteco no encarara los más elevados valores políticos, un hombre de la categoría intelectual de Miguel Ángel Asturias accedería a servirlo?

¿Usted cree que si Méndez Montenegro tuviera la más mínima semejanza con El señor Presidente su autor condescendería a representarlo? El señor presidente que “puso la última firma” y el viejecito, por secar de prisa, derramó el tintero sobre el pliego firmado.



—ANIMAL
 —¡Se…ñor!
 —¡ANIMAL! 
 Un timbrazo… otro… otro… Pasos y un ayudante en la puerta.
 —General, que le den doscientos palos a éste, ya, ya —rugió el Presidente. Y pasó en seguida a la Casa Presidencial. La comida estaba puesta… Minutos después, en el comedor.
 —¿Da su permiso, señor Presidente? 
 —Pase, general. 
 —Señor, vengo a darle parte de ese animal que no aguantó los doscientos palos.
 La sirvienta que sostenía el plato del que tomaba el Presidente en ese momento, una papa frita, se puso a temblar.
 — ¿Y usted, por qué tiembla? —la increpó el amo.  
Y volviéndose al general que, cuadrado, con el quepis en la mano, esperaba sin pestañear:
 —Está bien, retírese.  
 Sin dejar el plato, la sirvienta corrió a alcanzar al ayudante y le preguntó por qué no había aguantado los doscientos palos. ¿Cómo por qué? Porque se murió. Y, siempre con el plato, volvió al comedor. 
 —Señor —dijo casi llorando, al Presidente, que comía tranquilo—, dice que no aguantó porque se murió. 
 —¿Y qué? ¡Traiga lo que sigue! 
     


Excélsior, 11 de abril de 1970, pp. 6A, 9A.



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