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  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

FERNANDO ESPEJO (1958)

El poeta, igual que el niño, abre los ojos y encuentra frente a sí el caos. Toma los elementos, dejados caer a su alrededor así, como por azar, y va, pacientemente, ordenándolos. El resultado es la obra de arte y, al través de la obra de arte el mundo, un mundo en el que parpadea la sorpresa, en el que se respira un aire saludable, recién nacido, en el que por todas partes se advierte la huella de la mano de su autor.

Entre nosotros, a más del caos original con el que todo creador se enfrenta, hay otros que podríamos llamar de segundo grado: los históricos. México es un país aún en efervescencia y en el que luchan, sin vencedor, sin ser vencido, culturas antagónicas, tratando de integrarse, de fundirse en una cultura nueva en la que las contradicciones se resuelven en una síntesis armoniosa y completa.

Y todavía más. Hay entre nosotros quienes tienen, por las circunstancias de su nacimiento y su educación, más próximos los polos contrarios y sin embargo, igualmente atractivos de lo indígena y lo occidental, y en quienes la necesidad de superarlos es la primera necesidad. Tal es el caso de Fernando Espejo.

Nació, se crió en Yucatán: uno de los lugares donde el genio maya erigió monumentos espléndidos y donde su espíritu vive en su idioma que no desdeñan hablar las clases cultas.

A Fernando Espejo se le dio el don de la palabra y la voluntad de que esa palabra sea pronunciada. Ha venido trabajando desde hace tiempo. Su búsqueda ha sido la sencillez. Porque sabe que lo sencillo es aquello que permite contemplar lo profundo.


México en la Cultura, suplemento de Novedades, 23 de febrero de 1958, p.3.

 

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