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  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

LA IMAGINACIÓN AL PODER: ¿AMANUENSES DÓCILES? (1970)

El jueves pasado, en estas mismas páginas de Excélsior me enteraba de un enjuiciamiento que Emmanuel Carballo hace a las letras mexicanas de hoy en sus dos aspectos, de creación y de crítica. No quiero disimularlo, me interesa la literatura y le dedico todos los ratos de ocio de los que dispongo que, afortunadamente, son bastantes. Así que me apliqué, con la mayor atención, a leer el texto de Carballo, que resume sus opiniones en estas pocas palabras:


nuestra literatura carece de genios y tiene una especial capacidad para producir escritores, a escala del idioma, de secunda a tercera categoría. Eso sí, muy diestros en el oficio, muy susceptibles al halago, muy provincianos y muy aburridos.
No escriben para ser famosos sino para que los opulentos los ocupen como amanuenses. Dóciles hasta decir basta, la gran misión de su vida consiste en ser diputados o senadores, ministros, diplomáticos, funcionarios de primera, publicistas o gentes de cine y televisión. Escriben para dejar de escribir. Tienen vocación de asalariados, de burócratas, de secretarios particulares de políticos en plena bonanza.

Si Emmanuel Carballo afirma lo que acabamos de transcribir no hay ninguna duda razonable que oponerle. Conoce el medio que describe, conoce el lenguaje y sus reglas lo bastante como para decir con exactitud lo que piensa y no hay ningún motivo para suponer que altera, al describirla, una realidad en cuyo estudio se ha especializado. Acojámonos pues el peso de su autoridad y hagamos votos porque nuestro ejemplo sea seguido por el mayor número posible de personas. Sobre todo por aquéllas de cuyo criterio depende la publicación de libros, la edición de revistas, la puesta en escena de espectáculos. Esto es, de aquéllas que desempeñan una actividad que no osa decir su nombre: la censura. ¿Por qué ellas precisamente? Vamos a proponer un ejemplo ilustrativo.

Si Víctor Moya se afiliara a la Doctrina Carballo dejaría de cometer errores como el garrafal de enviar la pieza en un acto de Emilio Carballido Acapulco los lunes a la consideración de las autoridades supremas de Turismo para que sean ellas las que dictaminen si la representación de esta obra no lesiona nuestra “industria sin chimeneas”, si no pone en crisis las relaciones con nuestros nuevos vecinos, si no pone en crisis las relaciones con nuestros buenos vecinos, si no disminuye la entrada de divisas extranjeras a nuestros país. Porque si es así la obra debe ser prohibida ya que las situaciones que contiene, los personajes que presentan las anécdotas que narra “denigran a México”.

Si Víctor Moya se afiliara a la Doctrina Caballo no correría nunca el riesgo de cometer otros errores posibles con el mismo autor como lo serían someter El censo a la aprobación de la Dirección de Estadística, Felicidad a la Secretaría de Hacienda, El día que se soltaron los leones a la administración del zoológico del Bosque de Chapultepec, Medusa a la embajada griega, etcétera, para que cada uno de los aludidos decida si la alusión es aceptable o no, si debe propagarse o acallarse.

Si Víctor Moya se afiliara a la Doctrina Carballo dejaría de considerar a Emilio Carballido como una hidra de tantas cabezas cuantos títulos constan en su bibliografía para considerarlo como un patético caso de frustración. Porque, a pesar de que escribe una obra y la estrena y se sostiene meses en el cartel y le dan un premio; y escribe otra y tiene el aplauso unánime de los espectadores y la adaptan para el cine y la filman y exhiben; y escribe otra y otra y otra, no encuentra ningún opulento que se digne ocuparlo como amanuense. No encuentra un partido que le ofrezca una diputación o senaduría, un ministerio, un puesto diplomático, un escritorio aunque fuera de utilería.

A partir de la afiliación a la Doctrina Carballo Víctor Moya (encarnación de una actitud hacia las letras) cambiaría de táctica. En vez de vetar libros y autores, dejar nonatos a los primeros y aprovechar que los segundos “son dóciles hasta decir basta” para conducirlos a donde querían llegar. No a la conciencia del público para volverla más lúcida, más capaz de soportar la verdad, más resistente al error, más avisada para distinguir lo inauténtico, sino a la antesala del gerente de una empresa, del jefe de una oficina, del despacho de un político en plena bonanza.

¿Por qué no, aprovechando este cambio sexenal, crear algún organismo descentralizado en el que se junte a todos los escritores que ahora andan desbalagados y se les asigne un puesto y se les pague un sueldo? Porque es una lástima ver la manera con que vivimos confundiendo la gimnasia con la magnesia.

Es una lástima que Ricardo Garibay consuma los mejores años de su vida en la redacción de páginas que no acaban por transmutarse en un nombramiento permita disfrutar del insigne honor de servir a quienes sirven, gobernando. Y que Juan García Ponce insista en la novela, en el ensayo, en el relato y eso no se convierta, pero ya, en una canonjía: y que Carlos Fuentes ande por el mundo estrenando obras teatrales no censuradas y vigilando la traducción de sus libros sin ostentar ninguna representación oficial del país.

Es una lástima que Elena Poniatowska se limite a contarnos la vida de Jesusa Palancares y a entrevistar al lucero del alba y a hacer crónicas y comentarios de sucesos más bien espinosos (desde el punto de vista politiquero e ideológico) y no haya llegado al estrellato de la televisión. Que Juan Bañuelos haga versos y no ocupe un escaño en la Cámara de Diputados, cual debe de ser. Es una lástima que Juan Rulfo siga de cerca la tarea de los becarios en el Centro Mexicano de Escritores en vez de ser el secretario particular de alguien. Es una lástima que Juan José Arreola atienda un taller literario, en el que tantos jóvenes han encontrado orientación, estímulo y consejo, en vez de ser presidente municipal de Zapotlán.

¡Qué inútil y enorme derroche de energías en escribir libros que no ayudan a tomar el poder, a alcanzar la riqueza, a practicar cualquier modo del envilecimiento y de la abyección! ¡Qué absurdo desperdicio de esfuerzos hacer que ese libro se publique, se lea, se comente y, a pesar del éxito de crítica y/o de público el éxito no cristalice en algo tangible como la fuerza o el dinero!

Ahora que se usa planificar planifiquemos una actividad que nació de un malentendido, un oficio que tuvo su origen en una incorrecta aplicación de la ley de la causalidad. Ahora que Emmanuel Carballo ha puesto en evidencia los mecanismos ocultos de nuestra literatura, pugnemos porque se extinga la especie hipócrita del escritor y que surja, esplendoroso, el hasta ahora inhibido y vergonzante hombre de acción y de rapiña.


Excélsior, 9 de mayo de 1970, pp. 6A, 8A, 9A.

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