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  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

LECTURAS PARA MUJERES: QUEREDLAS CUAL LAS HACÉIS… (1970)

En la literatura existen, como en la vida misma, tres subdivisiones: la literatura que se destina a los hombres y que no hace acepción de personas. No se dice para los hombres con pies planos, por ejemplo. Ni para hombres blancos y barbados y hombres negros y lampiños. Ni para hombres checoslovacos o biafranos. No, el vocablo “hombre” cumbre del género humano en su totalidad… del cual está excluido por su condición, el niño. Y segregada por sus deficiencias, la mujer. Así que para cada uno de ellos habrá un tipo especial de libros.

En la literatura infantil comprendemos una serie de textos que se caracterizan por su inverisimilitud. He aquí un gato con botas del que mucho podía aprender la Celestina, que ni por vieja es más sabia. He aquí Caperucita Roja que entra y sale del estómago de los lobos como Jonás del de la ballena o como Pedro por su casa. He aquí una princesa perseguida por las ansias incestuosas de su padre que decide ocultarse bajo un disfraz tan obvio que, naturalmente, no resulta reconocible: una piel de asno.

La inverosimilitud no es, como quisieran los autores, exceso de imaginación ni la moraleja que, por lo general, se encierra en un dístico al pie de la última página y alcanza a compensar las inmoralidades de la anécdota. Pero nadie va a detenerse en esas nimiedades y nosotros, los que tenemos bajo nuestra responsabilidad —de un modo o de otro— la formación del niño no vacilamos en poner bajo sus ojos las fábulas que se tienen como propias para ello porque, en última instancia, consideramos que la letra que no entra con sangre no entra de ninguna manera y que toda lectura que no alcance el nivel de la memorización es una lectura inocua. Nuestros escrúpulos los reservamos para cuando se trata de una aspirina de la que exigimos que esté dosificada especialmente para los niños porque entonces sí recordamos que “un niño no es un adulto chiquito”. En las lecturas para mujeres, como dijera Gabriela Mistral en el título de una antología dedicada a sus compañeras de sexo, encontramos mayor complejidad, mayor variedad y mayor abundancia. Semanalmente se pone a nuestro alcance, en el mercado, una multitud de publicaciones dirigidas a resolver, a representar, a recrear la problemática femenina. Que, si nos detenemos a considerarla después de un análisis exhaustivo del contenido de tales publicaciones, se nos revela como de una limitación y una monotonía atroces.

Si nos guiamos por un criterio cuantitativo del número de páginas dedicadas a cada tema tendremos que admitir que el tema por excelencia es el de la moda. Si se es una mujer como Dios manda no existe la menor duda de que vivimos con el alma en un hilo, de los caprichos dictadores de Paris, de los diseñadores de Londres, de las grandes casas neoyorkinas. ¿Cómo va la falda esta semana? ¿Cuántos centímetros por encima o por debajo de la rodilla? ¿Y el escote? ¿Y la cintura?

Los modelos exclusivos, cuyo precio está, como debe estar, mucho más allá no sólo de nuestras posibilidades reales sino de nuestros más audaces sueños de opio, resplandecen a todo color, exhibidos por unas jóvenes de esbeltez casi esquelética, de rasgos fisonómicos de una belleza o de una fealdad extraordinarios, de una apostura o de un desgarbo espeluznantes.

Las contemplamos como se contempla una obra de arte. Porque pensar en parecernos a ellas es un vano pensamiento que no podría realizarse ni después de varias reencarnaciones. Y decimos reencarnaciones porque decir cirugía estética, gimnasia reductiva, dieta, maquillaje, etcétera, como vías de la metamorfosis, es lo mismo que pretender vaciar el mar con una escudilla.

Después de este concienzudo suplicio de Tántalo vamos a otras secciones: cocina. Todo los platillos que nuestro tiempo nos impide cocinar, que nuestro régimen nos tiene prohibido ingerir, que nuestro presupuesto no nos permite preparar. Además las recetas se transmiten según un lenguaje cifrado cuya clave nos es desconocida.

La decoración de interiores da por supuesta una casa abstracta que nunca es nuestra casa. Un pasillo en el que no se amontonan patines del diablo ni bicicletas inservibles sino que está clamando por ese secretaire estilo Chippendale que usted vio en su última visita al anticuario al que suele usted encargarle que satisfaga sus caprichos de señora elegante.

Para recordarnos que, después de todo, somos humanas y no divinas, hay páginas en las que se nos revela cuál es la manera más práctica de clavar un clavo cuando no se tienen ni un clavo ni la más mínima necesidad de clavar un clavo. De hacer que una mancha de mole en el mantel parezca una mancha de vino francés. De simular que la quemadura de un cigarrillo en la cubierta de un mueble es la pátina del tiempo. O de injertar en el refrigerador una cajita de música para que cada vez que saquemos una cebolla lo hagamos con el acompañamiento de Para Elisa, de Beethoven.

Entre sección y sección se nos amonesta con escalofriantes casos de la vida real en los que una honesta ama de casa descubre con una estupefacción digna de casos menos frecuentes, que su marido huele al perfume de la secretaria de su marido y que sus ausencias de la oficina coinciden sospechosamente con las ausencias de la secretaria.

Pero no, no es una voz clamando en el desierto sino un diálogo establecido entre un alma angustiada y un espíritu prudente que sugiere algún método para insensibilizar las pituitarias y otro para olvidar que existe un nexo entre la causa y el efecto. Que, en suma, nos recomienda que nos hagamos guajes. Porque, como ya lo dice el refrán, no hay mal que dure cien años… No hay que menospreciar nunca la esperanza de la viudez.

Pero todavía nos queda a nosotras, lectoras de estas lecturas para mujeres, la piece de resistance: la novela que nosotras, sentimentales, sensibles y sensitivas, nos merecemos.

La heroína es autosuficiente: maneja un taxi, dirige unos astilleros, lleva los asuntos jurídicos de un gran complejo industrial. No se ha casado porque no se le da la gana porque lo que son pretendientes le sobran ya que es bellísima, riquísima, distinguidísima, pero sobre todo "muy personal”.

Cuando se enfrenta con el héroe él la mira con una mirada cegadora que la deja estremecida de incertidumbre: ¿será o no será el Príncipe Azul? Tras debatirse inútilmente contra una atracción irresistible se rinde al llamado del destino, deja el taxi abandonado en cualquier calle, el astillero a la deriva y el pleito con la empresa rival en veremos y se casa en una ceremonia muy lucida tras de la cual recibe y da su primer beso de amor. Suspiramos cerrando la revista. ¡Es asombroso cómo esa historia se parece a la nuestra!


Excélsior, 27 de junio de 1970, pp.6A, 8A.

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