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  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

ÁLBUM DE FAMILIA: SATISFACCIÓN NO PEDIDA (1971)

A veces, como ahora, tiene sus ventajas eso de no encontrarse al cabo de la calle en cuanto a información de lo que cotidianamente ocurre en México, sino a la luna de Valencia. Porque puedo con cierto grado de verosimilitud, aducir que sé de fuentes autorizadas que ha aparecido y ha sido puesto a la venta un libro del que me ostento como autora, que contiene tres cuentos y una novela corta y que se titula Álbum de familia.

Ahora bien, esto es lo único que sé. El rabo que me queda por desollar es la manera como este libro ha sido recibido por el público y la crítica. ¿Qué habrá dicho de él Fulanito si Fulanito no decide condenarlo al eterno ostracismo de su silencio?

Como la duda mata —y como una de las cosas que uno aprende en Israel es el valor y la legitimidad de la supervivencia— decidí remediar este asunto por mí misma. Y ya que la montaña no comparece (para usar esta palabra tan predilecta de Emmanuel Carballo) (y también, ahora que me acuerdo, para evitar menciones de profetas que no gozan en estos medios de ninguna popularidad), yo voy a la montaña. Porque yo también hago el ejercicio de la crítica literaria y la entiendo y la practico no como alabanza o vituperio, sino como una tentativa de entendimiento.

Se supone que, como redactora de los textos de Álbum de familia yo supe —con mayor o menor claridad— lo que me proponía hacer en el momento de escribirlos. Y que ese propósito debe haber quedado lo suficiente explícito en el relato como para no necesitar de ninguna explicación posterior.

Pero se supone también que, como crítica, yo estoy obligada a buscar el sentido de esos textos y a formularlo (si es que lo encuentro) con la mayor exactitud posible. Y si es que no lo encuentro, a tratar de encontrar una interpretación a esa falta de sentido, precisamente.

Por lo pronto, ¡y al fin!, congratulémonos de que la autora haya abandonado un campo en el que recogió numerosos y satisfactorios frutos, tantos que corría el peligro de estereotiparse. Ese campo era, de modo muy obvio, el del indigenismo. Así, pues, cuando se abría un libro suyo de ficción era para toparse de manos a boca (como dicen los clásicos) con la Gran Injusticia. Y el repugnante explotador. Y la víctima inocente. Y el halo de poesía que siempre la rodea. Y el paisaje remoto. Y las costumbres exóticas.

No, nunca fue así. Por lo menos yo traté de evitar, hasta donde me alcanzaron las fuerzas, que fuera así. Pero a veces las estructuras verbales y mentales se imponen y la estructura social se expresa a través de lugares comunes.

Pero dejemos a un lado esos libros que no constituyen un antecedente del que estamos comentando, sino que representan el abandono de una trayectoria y volvamos al tema. El tema fue descubierto gracias a la sagacidad de Luis Adolfo Domínguez, que supo hallar, detrás del vestido folclórico, otra preocupación más honda y otra problemática más verdadera: la de la situación de la mujer en México y de las situaciones en las que tienen que realizar los actos que se proponen como válidos y alcanzar, a través de ellos, su plenitud de persona. O lo contrario.

Y que si hay un hilo que corra a través de las páginas de Balún Canán, de Oficio de tinieblas, de Ciudad Real y de Los convidados de agosto no son las tierras altas de Chiapas, en las que se desarrolla la anécdota de la inconformidad y rebeldía de un grupo contra sus opresores ni, menos aún, esos opresores encerrados en una cárcel de prejuicios que no son capaces de abandonar porque fuera de ella su vida carece de sustento y sus acciones de justificación.

No, la unidad de esos libros constituye la persistencia recurrente de ciertas figuras: la niña desvalida, la adolescente encerrada, la solterona vencida, la casada defraudada. ¿No hay otra opción? Dentro de esos marcos establecidos, sí. La fuga, la locura, la muerte. La diferencia entre un cauce y otro de vida es únicamente de grado. Porque si lo consideramos bien, tanto las primeras como las otras alternativas no son propiamente cauces de vida, sino formas de muerte.

Pero fuera de esos marcos… hay otros marcos. Igualmente rígidos aunque aparentemente más sofisticados. Y el hilo rojo se continúa en Álbum de familia. A pesar de que se ha trastocado la hacienda o la provincia por tal capital; el pensamiento mágico por el discurrir lógico; la poesía por la prosa: el patetismo por el humor.

Porque con Álbum de familia uno puede reír. Con risa de conejo, es cierto. Pero algo es algo.

¿Y de qué se ríe uno? ¿Quizá de la desproporción entre el fin y los medios que se hace evidente en “Lección de cocina", por ejemplo? Porque eso de elegirse a sí misma teniendo como punto de partida y piedra de toque un bisté quemado es quizá un poco excesivo. Pero mi protagonista, a semejanza del Oliveira de Cortázar, no cree en la importancia de las cosas importantes ni adora a los ídolos de la multitud, sino que tiene su criterio particular para elegir aquello en lo que va a detenerse su atención. Y el bisté quemado no se agota en sí mismo, sino que trasciende, va a tener consecuencias en el futuro. ¿Qué clase de mujer va a salir de esa cocina y de su primer ensayo como cocinera? La imaginación pública que proyecte va a determinarla, no de una vez y para siempre, porque siempre tendrá a la mano el recurso de rectificar. Pero siempre, también rectificará desde lo que antes había sido.

Este tipo de experiencias nos ocurren —o son susceptibles de ocurrirnos— a diario. Pero lo que ocurre también es que no las asumimos desde un nivel consciente, sino que procuramos despojarlas de su gravedad, reducirlas a la magnitud de lo efímero, de lo indigno de parar mientes sobre ello y siquiera de mencionarlo. Con lo que nos mantenemos en la pelirroja ilusión de que lo único que cuenta a la hora del balance son los “momentos privilegiados”. A los que, por otra parte, si se les somete a un análisis se les convierte en nada pura.

Nada pura. Lo que Edith encuentra a su alrededor un domingo. Porque no es bastante para satisfacerle lo que tiene: una apariencia de matrimonio, un recuerdo o un proyecto de adulterio, una concurrencia de muchas personas en un mismo lugar donde juegan al juego de la gallina ciega en el que nadie encuentra a nadie. ¿Y la maternidad? Ha sido un interesante hecho biológico que, como todos los hechos biológicos, no tienen vigencia más que mientras se encuentran en proceso de desarrollo. Y que caducan al alcanzar su cumplimiento. Y sigue siendo un hecho social con la distancia que los hechos sociales interponen siempre entre el yo y el nosotros. Y un vago afán de arte… ¿No será por allí el camino? Pero Edith es perezosa, es frívola, le gusta vivir a gusto. Mientras la pintura le proporcione satisfacciones seguirá recurriendo a ella. Pero en cuanto empiece a plantearse exigencias va a abandonarla. Y la figura amorfa de su cuadro inconcluso será ella misma. Lo sabe y lo acepta de antemano “con una cierta sonrisa”.

Es otra la sonrisa que nos provoca esa Cabecita blanca —por dentro y por fuera—que tan orgullosamente ostenta, en la vejez, la señora Justina. ¿Un personaje caricaturesco? No creo haber exagerado sus rasgos al representarlo. La que exagera es ella, que lo ignora todo en relación consigo misma y con quienes la rodean. Habita esa especie de limbo que constituye el ideal que persigue la educación femenina de nuestros días.

La mujer que abandona ese limbo es para entrar en el infierno de la lucidez. Una lucidez que hay que graduar, que hay que disminuir, que hay que, definitivamente, aplastar. Pero que, a veces, insiste en renacer. Y de pronto, hace el balance de una existencia entera en una sola palabra: farsante, fracasada, mediocre. La fauna que compone Álbum de familia en la que acaso, el personaje más lamentable no es ninguna de las que, de una manera o de otra han dado gato por liebre a su vocación, sino la única que se inmole enteramente para cumplirla. Porque, ya lo ha dicho Sartre, el hecho de salvarse no es un asunto individual, es un asunto colectivo. Y dentro de una sociedad enajenada una de las criaturas más enajenadas, como lo es la mujer, no tiene acceso a la autenticidad, ni siquiera por la vía de la creación.


Excélsior, 27 de junio de 1971, pp. 7A, 10A.

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