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  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

CARTAS A ELÍAS NANDINO (1956-1957)

Actualizado: 20 mar 2023

San Cristóbal, 16 de octubre de 1956

Sr. Dr. Elías Nandino

México, D.F.


Estimado Elías:


La semana pasada recibí su recado tan amable; y pocos días des­pués el número tres de la revista que está usted publicando: Estaciones. Le agradezco mucho ambas cosas. Más porque aquí se está bastante aislado y apenas nos llegan los ecos de lo que está haciendo ruido en la vida intelectual de México.

Me sucedió con su revista algo que no me sucede a menudo: la leí completa. El nivel general de las colaboraciones es magnífico y el tema que informa este número, está muy oportuna y muy seriamente tocado. Ya es tiempo de que comprendamos que lo que está en juego en la literatura son las ideas, no el denuesto ni la burla. Enjuiciar el surrealismo, con el rigor con que lo hacen usted, Echavarría, Salvador Reyes Nevares es dar una lección de mesura, un ejemplo de pensamiento riguroso y claro, una muestra de generosa intención.

Yo estoy de acuerdo con ustedes en casi todos los puntos. Esas gimnasias a las que el escritor mexicano se ha entregado siguiendo modelos europeos, me parecen la más ridícula de las traiciones. Traición a una realidad que es la nuestra y que no ha sido interpretada por el arte, ni definida por la ciencia, ni domeñada por la técnica. Fingir la locura ante la magnitud de este problema me parece una actitud muy fácil. Lo difícil es enfrentarse a él, con el poco o mucho talento que tengamos, con honradez, con paciencia, con constancia. Y sabiendo que lo que nosotros hagamos no será más que poner cimientos. Pues lo que estamos pretendiendo alcanzar no es ni la fama, ni la gloria, ni el prestigio, ninguno de los tristes paraísos del snob. Lo que queremos es apoderarnos de esa realidad, hacerla entrañablemente nuestra y pronunciarla en una palabra. Una palabra bella. Porque tampoco debemos confundir el realismo con la falta de destreza, el desmelenamiento, la despreocupación por la forma. Alguien me decía alguna vez que en México existen dos tendencias: la de los escritores que inventan mentiras pero que escriben muy bien y la de los escritores que reflejan verdades pero que escriben muy mal. ¿No será posible una síntesis?

Si usted ve a Femando Sánchez Mayans, hágame el favor de saludarlo de mi parte. Lo estimo mucho y siento gran amistad por él. Es el motivo que me hizo alegrarme tanto al leer su último poema, que en tanto supera a los anteriores suyos. Más hondura de pensamiento, un sentimiento que se expresa ya sin obstáculo y una musicalidad muy sostenida y muy noble.

Lo demás del contenido de la revista, irreprochable.

Usted comprenderá que con esta opinión sobre Estaciones, me gustaría mucho publicar en ella. Pero no tengo absolutamente nada disponible. El último poema es el que usted leyó en la revista de Bellas Artes. Lo escribí en diciembre del año pasado. Y desde entonces lo único que he hecho es escribir los primeros capítulos de una novela sobre la penúltima sublevación indígena en Chiapas. Y ya me convencí de que publicar fragmentos es lo más deprimente. Nadie se entera de qué se trata y todos quedan defraudados.

A propósito de la novela, ¿me permite usted que le hable de ella? Es mi obsesión. ·

El año pasado escribí una, la primera en mi haber. Se llamó Balún-Canán, el nombre indígena de mi pueblo. Narra la historia de una familia chiapaneca, dueña de un latifundio, en la época en que se impuso el agrarismo. Está dividida en tres partes, la primera y la tercera escritas en primera persona, en la que se supone que quien cuenta sus impresiones es una niña de siete años. Una niña que no corta el cordón umbilical que la ata a la poesía. Poesía y magia son los dos instrumentos de los que se sirve para captar el mundo. Imágenes. Pero no bastaban para contar la historia de los mayores. Entonces recurro a la tercera persona. El resultado lo verá usted, si Dios quiere y ciertos editores, el año próximo.

Esta primera novela me planteó muchos problemas y ·decidí escribir otra para resolverlos. Esta vez aspiraba yo a una mayor objetividad y escogí un tema histórico. El tema, por lo demás, era absolutamente novelesco, por sus situaciones, sus personajes, la agitación de la época que les tocó vivir. Para ambientarme, para tener a mi alcance los documentos, decidí radicar en San Cristó­bal. Y aquí me tiene. Trabajando en el Instituto Indigenista, lo que me permite un contacto bastante íntimo y no deformado por in­termediarios, con la mentalidad, las costumbres, las esperanzas de los indígenas. Estoy encargada del teatro guiñol y escribo las obras que se presentan, así como acompaño a los del teatro en sus giras por la zona. Quiero familiarizarme bien con todo esto. Me es fácil puesto que soy de Chiapas y toda mi familia lo es tam­bién. Pero lo último que deseo es contemplar estas cosas como exóticas.

En resumen tengo escritas cerca de doscientas cuartillas. Cal­culo que me faltan seiscientas más. Lo que significa ¿cuántos años?

Pero hablábamos antes de paciencia. Y usted también ha de haber estado haciendo ejercicios de ella para llegar hasta el fin de tan kilométrica carta.

Basta, pues. Vuelvo a agradecerle su envío. Y me despido de usted con un muy afectuoso saludo.


Rosario Castellanos



San Cristóbal, 13 de diciembre de 1956

Sr. Dr. Elías Nandino

México, D.F.


Estimado Elías:


Contesto, con el gusto de siempre, su carta. Se la agradezco ade­más. Es tan bueno comunicarse con personas de las que nos sen­timos afines, platicar un rato.

Me preguntaba usted cómo es San Cristóbal. Es una ciudad an­tigua, situada en un gran valle rodeado de montañas. Al amanecer baja la niebla hasta las casas y las ronda. Ya tarde empieza a alum­brar el sol. Los días son largos, transparentes, purísimos. Y las noches, con esos cielos de cristal frío, de estrellas fijas y remotas, sin una sola nube. En tiempo de agua llueve a Dios dar y las habitaciones, y los muebles y la ropa se cubren de un moho verdoso y exhalan un olor de humedad. En invierno, hiela. Se enciende entonces la chimenea y se reúnen las gentes alrededor del fuego. Hablan, cuentan historias, leyendas. Se vive en paz.

Mi familia es de este rumbo, de un pueblo más lejano todavía que se llama Comitán. Pero tengo aquí infinidad de parientes. Todos son mis tíos, mis primos, mis sobrinos.

Siempre, desde que por primera vez me llevaron a México, quise regresar a mi tierra. Soy una de las gentes más arraigadas que existen. Pero no me atrevía yo. Había cambiado mucho mi carácter y mi modo de ser y temía no poder acomodarme a las antiguas costumbres. Además quería hacer algo, algo que tuviera alguna relación con lo que escribo y lo que quiero escribir. Primero hice una tentativa de establecerme en Tuxtla, tierra caliente. No soporto muy bien ese clima. El trabajo era muy interesante: promover actos culturales en la Escuela de Ciencias y Artes del Estado. Nuestros planes eran muy ambiciosos, para los medios con los que se contaba. Organizar una biblioteca y dotarla de muy buenos libros; un cineclub, a base de películas educativas; ciclos de conferencias; una revista; un grupo teatral; clases de danza y oratoria. Muchas de las cosas empezaron a marchar, pero a los seis meses yo caí fulminada por un principio de tuberculosis.

Me llevaron a México. (Por cierto que me acuerdo y siempre con gratitud, que usted se ofreció a atenderme si era necesario.) Meses de sanatorio y un reposo forzado. Complicación con otras enfermedades, problemas económicos, sentimentales. En fin, dos años catastróficos. Cuando volví a ver claro me di cuenta de que era necesario regresar. Ya no a Tuxtla porque era posible una recaída. A San Cristóbal, donde trabaja un centro del Nacional Indigenista.

No tenía yo la menor idea de con quiénes era necesario hablar para arreglar mi viaje; tampoco tenía yo una noción muy clara de qué trabajo podía yo desempeñar aquí. No sabía yo hacer nada más que versos... y para la situación miserable de los indios eso no tenía ninguna utilidad. Pero yo necesitaba venirme y mi ángel de la guarda trabajaba horas extras para averiguar cómo. Una serie de coincidencias fueron poniéndome en contacto con gentes del INI. Les dije mis propósitos y aceptaron encantados. Lo esencial era que yo me viniera. Ya aquí se vería para lo que yo podría servir. Me vine así. Los primeros meses fueron de acomodo. Un ambiente nuevo, gentes nuevas y muy peculiares que se llaman antropólogos. En fin, una penosa temporada de adaptación. Y de pronto, el milagro. El que estaba encargado del teatro guiñol fue cambiado a otro centro y yo heredé su puesto.

El teatro guiñol es, hasta ahora, el más eficaz de los medios persuasivos con que cuenta el Instituto. Trabajamos en colaboración con las otras secciones. Por ejemplo, la sección de Salubridad planea llevar a cabo una campaña de vacunación contra la tos ferina. Nos dan todos los datos, redactamos una pequeña obra. Los muchachos indígenas que manejan los muñecos la traducen a sus respectivos dialectos (tzeltal y tzotzil), y su traducción es revisada y corregida por el lingüista. Se ensaya. Y el día señalado vamos al paraje en que la vacunación se va a iniciar. Se arma el teatro, aparecen los muñecos, saludando al público, haciendo una pequeña pantomima en la que hay tropezones, golpes y juegos de palabras que divierten mucho y acaparan su atención. Entonces empieza a desarrollarse la comedia. El público interviene constantemente, preguntando, mostrando su incredulidad o sus reservas; y los muñecos insisten, explican, aconsejan. La gente; que no nos hubiera creído a nosotros una palabra sobre la utilidad de la vacuna, se la cree al muñeco y se deja vacunar. Que era de lo que se trataba.

Y lo mismo si los de Educación quieren que aumente el alumnado de las escuelas; si los de Agricultura van a hablar sobre las plagas que atacan a las plantas; si las Cooperativas quieren tranquilizar el ánimo de sus socios. Allí vamos nosotros, adonde los demás nos mandan. A veces, muy raras veces, vamos única­mente a divertir. Pero sólo si el viaje es muy fácil y no tenemos nada más qué hacer.

Muchos de nuestros viajes los hacemos en jeep, sobre las brechas que ha abierto el Instituto. Pero todavía la mayor parte de la zona sólo es transitable a caballo. Y vamos a caballo, a unos pueblos lejanísimos, para aprovechar su día de mercado, que es cuando se reúne más público y dar nuestra función.

Los que integramos el grupo, somos siete. Tres muchachos tzeltales, tres tzotziles y yo. Los días que no salimos estudiamos juntos historia y geografía de México y leemos el Popol-Vuh. Todavía el problema principal es el idioma. Aunque ellos conocen el español, lo conocen sólo superficialmente. Hay que explicar el sentido hasta de las palabras más usuales. Pero hemos establecido, esos muchachos y yo, una relación muy buena. Amistad. Y yo aquí me siento muy protectora mientras les enseño cosas que ignoraban. Pero cuando vamos a caballo, los protectores son ellos. Y este intercambio de carencias y debilidades, nos iguala.

Bueno. Yo le quería decir únicamente que soy feliz aquí. Muy feliz. Que las cosas han salido de la mejor manera posible y que ahora, ya encarrilada, podré trabajar mejor los años que vienen. Porque no pienso dejar esto en mucho, mucho tiempo.

Y si además escribo, no tengo nada más qué pedir. Excepto que mis amigos de México me escriban y no se olviden de mí.

P.D. No tengo su último libro. Le agradeceré mucho envíe.



San Cristóbal, 3 de marzo de 1957

Sr. Dr. Elías Nandino

México, D.F.


Estimado Elías:


No he tenido carta suya, pero sí un ejemplar de su último libro: Nocturna suma. Dos de las preocupaciones fundamentales del hombre, Dios y la muerte, están aquí expresados poéticamente. A pesar de esa fe panteísta, qué desolación, y a pesar también de esa familiaridad con la idea de la muerte. El título está escogido. Es la noche, esencial.

A fines de enero estuve unos días en México. Me habría gustado mucho hablar con usted; pero no me fue posible. Fui por un asunto de trabajo y los compromisos no me dejaron tiempo para nada. Pero confío en volver, entonces sí en plan de vacaciones hacer lo que quiero y lo que debo.

Y a propósito de lo que debo, no se me olvida el compromiso que tengo con usted y con la revista Estaciones de enviarles mi colaboración. Ahora sí, después de un año de no escribir poesía, acabo de hacer un poema que está de lo más inédito. Se lo adjun­to a esta carta para su juicio. Si es favorable y considera usted que la calidad es digna de la de su revista, puede usted publicarlo. He visto en el periódico lo del programa de televisión en el que participaría usted para darle el premio a Mauricio Gómez Mayorga por su libro Muerte en el bosque. Debe haber sido muy interesante. Aquí, la vida de siempre. Cada día descubrimos que hay algu­na otra cosa que se puede hacer. Este año estoy dando clases de literatura hispanoamericana en la escuela preparatoria de San Cristóbal. No quiero únicamente despertarles el gusto de la literatura sino también hacerles cambiar de opinión acerca de lo indígena, al través de la creación estética. Para los prejuicios que estas gen­tes tienen, es inconcebible que exista una poesía (y de las más acendradas y perfectas) escrita por indios. Con el mismo propósi­to de, por lo menos, turbar sus conciencias, estoy dando otra cla­se en la escuela de Leyes: filosofía del derecho. Tengo que estu­diar mucho porque es una materia que no domino, pero es muy importante hablar con quienes ya van a salir a ejercer su profe­sión, en este ambiente en que la injusticia es una tradición.

Bueno, Elías, no voy a seguir hablando de esto porque no puedo parar después. Le envío como siempre un saludo muy afectuoso.


Rosario Castellanos



Revista de Bellas Artes, núm. 18, noviembre-diciembre de 1974, pp. 20-23.


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