LA PATRIA: DAÑOS DE LA DEMAGOGIA
- Rosario Castellanos Figueroa
- hace 2 horas
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En los últimos días se ha desenvainado una palabra que, al caer tajantemente, ha puesto en peligro de dividir lo que es una unidad. Esa palabra es patria. Un grupo numeroso y vocinglero ha declarado ser el propietario del monopolio de un bien que, hasta entonces, se había creído común. Ellos realizan, con su conducta, los ideales de la patria; identifican, con sus intereses, los intereses de la patria; defienden, con su ideología, la ideología de la patria; combaten, en sus enemigos, a los enemigos de la patria. ¿Y los otros? Muy sencillo: los otros constituyen la antipatria. Porque traicionan a la patria y sus ideales con su conducta; contradicen a los intereses de la patria con sus intereses; lesionan la ideología de la patria con su ideología; son aliados de los enemigos de la patria.
Pero en el uso y el abuso de esa palabra no aparece, ni por descuido, una definición. ¿Qué significa, en última instancia, aquello que se invoca? Creo que con esta pregunta me coloco automáticamente entre la sección de los anti porque no es posible ignorar lo que hasta un niño de kínder sabe. ¿No se conmueve cuando escucha el himno nacional? ¿No se descubre ante la bandera? ¿No rinde homenaje a los héroes? ¿No recita, con el énfasis y la entonación adecuados, el México creo en ti de López Méndez y, si se las quiere dar de pedante, la Suave Patria de López Velarde? ¿No llora de nostalgia cuando se encuentra en el extranjero? ¿No saborea el mole? ¿No se emborracha con tequila? ¿No baila el jarabe? ¿No desprecia a la muerte, porque es muy macho, y se come las calaveritas de azúcar? ¿No liquida a quien “lo ve feo”? ¿No se enorgullece de la benevolencia del clima, de las maravillas del paisaje, de la virtud y belleza de las mujeres, de la valentía de los hombres, de la armonía de la familia, de la originalidad de la Revolución, del ritmo acelerado del progreso, de la firmeza de la moneda, de la estabilidad de las instituciones políticas, de la práctica tan sui generis de la democracia? Si no lo hace, si no va a la Villa a dar gracias, por tantos beneficios, a la Virgen de Guadalupe no es un buen mexicano.
Si éstos son los requisitos, habría que dejar fuera, sin mayores trámites, a los cinco millones de indígenas que viven en nuestro territorio, pero no han oído nunca el himno, desconocen el símbolo de la bandera, los nombres y los hechos de los héroes. Habría que excluir también a los millones de analfabetos para quienes una hoja impresa es tan indescifrable como un papiro egipcio. A los millones de pobres que no pueden costearse ni siquiera un viaje de vacaciones a Acapulco. A los que no les alcanza el salario mínimo para darse el lujo del mole y sus condiciones no propician la fiesta. La borrachera sí, con lo que sea más barato. El desprecio también, pero no a la muerte sino a la vida que, como dice la canción popular, “no vale nada”. El crimen también, porque si la vida propia no cuenta menos aún ha de contar la ajena. Y en cuanto a los otros mitos son patrimonio exclusivo de las clases media y alta. Los medios de difusión les proporcionan el vocabulario adecuado para mostrar su conformidad con todo lo que les rodea: desde la geografía, que es fatal, hasta la ética, la historia, la economía y la política que son producto del ejercicio de la inteligencia y de la libertad.
Lo que resalta aquí como obvio es que quienes manejan el vocablo “patria” se mueven en el terreno de la irracionalidad emotiva y de la anécdota. Y que, además, atribuyen a un hecho eminentemente dinámico un estatismo que pretende hacerse pasar por sagrado. El intento de reducir un proceso de desarrollo a la parálisis, con el pretexto de que se ha logrado la perfección, es tan nocivo como utópico.
Una patria (no “la patria” como si la nuestra fuera la única) es el resultado tangible de las tentativas humanas por satisfacer sus necesidades, tanto en el ámbito de lo físico como de lo moral y de alcanzar la plenitud en tanto que persona. Tales urgencias no son posibles de colmar sino de modo colectivo. No es bueno que el hombre esté solo, decretó el Dios de la Biblia, el mismo hombre del que Aristóteles pudo predicar, para diferenciarlo de las otras especies, que era un animal político.
Ahora bien, ¿cómo garantiza una colectividad a cada uno de sus miembros la satisfacción de sus necesidades y la plenitud de su personalidad? A través de normas jurídicas, de instituciones y prácticas reconocidas como legales. En vista de que el fenómeno que tratan de abarcar es muy complejo las normas, las instituciones y las prácticas son muy numerosas aunque hay algunas que se imponen como fundamento de todas las otras. Entre nosotros esas leyes fundamentales se agrupan bajo el nombre de la Constitución.
En ella se afirma que todos los que han nacido en territorio mexicano (o que han adquirido la ciudadanía) gozan de los mismos derechos y están sujetos a las mismas obligaciones. Entre los derechos más sustanciales está el de encontrarse protegido contra los abusos de la autoridad. El domicilio es inviolable y no se puede penetrar en su recinto sin orden expresa de un juez que no actúa sin una denuncia previa. Cuando se cumplen estas condiciones y se registra un local no se da fin al acto sin la presencia de las personas afectadas, sin la comparecencia de los testigos que ellas escogen y sin la redacción de un documento en que conste que no hubo ni robo ni deterioro ni destrucción de objetos ni maltrato a las gentes.
Otro derecho inalienable es el de la instrucción. El conocimiento no ha de ser patrimonio de una minoría, privilegio de unos cuantos, sino oportunidad para todos. Y del conocimiento se aspira a la mayor amplitud, a la mayor comprensión posible. Por eso en las instituciones de educación superior se esfuerza el derecho de cualquier ciudadano de pensar, asociarse, actuar y expresarse libremente, con la autonomía que permite a los maestros enseñar las más diversas doctrinas y a los alumnos ejercitar su facultad de crítica que les hace descubrir los errores y distinguirlos de los aciertos y, además, elegir las teorías que, según su criterio, proporcionen una imagen más aproximada de la realidad y una explicación más aceptable de los acontecimientos.
Bueno, ¡basta!, nos interrumpiría un lector impaciente. Eso por sabido se calla. Muy bien, callamos. Pero antes una última interrogación: ¿los derechos constitucionales se respetan en México de manera que ningún ciudadano sea despojado de ellos arbitrariamente por quienes tienen el poder? La respuesta es simple: afirmativa o negativa. En el primer caso se miente. En el segundo se niega también la esencia misma de esa patria que con tanta facilidad aflora a los labios de los demagogos como vocablo vacío de su significado más profundo: la justicia.
Excélsior, 17 de agosto de 1968, pp. 7A, 8A.
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