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  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

DEBERES DE LAS EMPRESAS ESTATALES: DE RENUNCIAS Y DENUNCIAS (1970)

Por Rosario Castellanos


“El hombre es el animal que saber decir no a la naturaleza.” Esta frase lapidaria, de cuyo autor no quiero acordarme, la leí en plena adolescencia, cuando andaba buscando nortes, maneras de entender las cosas, modelos de conducta. Y digo que andaba buscando, no porque haya encontrado nada definitivo, sino porque ahora estoy en receso. Quizá más tarde, otra vez, comience de nuevo esa tarea que no se acaba nunca.

Decir que no a lo que se nos ofrece como inmediato, como accesible, aunque no sea valioso, aunque nos aparte de aquello de lo que nos solicita como una vocación verdadera, aunque en última instancia, nos reduzca a seres vegetativos, a gente que nunca transitó del estado de promesa al de plenitud.

Ese saber decir que no, aunque sea propio de nuestra especie, no es fácil de pronunciar. Unas veces cedemos por pereza de resistir, por miedo de no encontrar otra oportunidad mejor o más satisfactoria, por incapacidad de distinguir entre lo vivo y lo pintado.

Otras veces cedemos por avidez. Ahora esto, que tenemos aquí a la mano. Después lo que venga. E iremos acumulando, como la hormiga del a fábula, aunque nadie nos asegure que va a llegar el invierno, ni que va a ser riguroso con nosotros, ni que, una vez logrado lo necesario, vamos a precisar de alguna manera de lo superfluo.

Otras veces cedemos por delicadeza. ¿No irá a ofenderse el principio que rige el universo de que nosotros, simples mortales, osemos rechazar unos de sus dones? En suma, nunca faltan pretextos para lanzarse o abalanzarse sobre lo que se pone a nuestro alcance.

Y si negarnos a lo que es todavía más que una mera posibilidad es arduo, cuánto más no va a serlo desprendernos de aquello que hemos aceptado y disfrutado, aquello que hemos tenido y defendido, aquello por lo que hemos luchado para mantener y acrecentar.

No hablemos ya del renunciamiento de los santos porque ésta es una esfera que escapa a nuestra comprensión. Hablemos mejor de la renuncia de los políticos que, de tan extraordinaria (sobre todo en nuestro medio) resulta siempre memorable.

Pero es necesario precisar; no se trata aquí de esas renuncias formales, de tipo burocrático, que se dan siempre al fin de una administración y principio de otra, en el nivel en que estas administraciones operen. Se trata de renuncias motivadas por la incompatibilidad del desempeño de un puesto con la adhesión a una idea. Se trata de renuncias que se originan y se cumplen en la órbita moral.

He dicho que estas renuncias, por extraordinarias, son memorables. Y más aún cuando son recientes. No basta más que citar los nombres de Javier Barro Sierra y de Octavio Paz para que todos recordemos inmediatamente las circunstancias en que esas renuncias se produjeron y la resonancia y los efectos que alcanzaron.

Cuando ocurre un hecho así, que dignifica y exalta a un hombre, todos nos sentimos (aunque no tengamos en ello parte ni mérito ninguno) solidarios y orgullosos. Y tenemos derecho a esta solidaridad y a este orgullo. ¿Qué acaso no nos ruborizamos y nos avergonzamos ante la abyección ajena como si fuera propia?

Pero ocurre que para el rubor y la vergüenza tenemos ocasiones muy frecuentes. En cambio para lo otro… muy de vez en cuando.

Por eso, cuando se presenta una ocasión hay que aprovecharla. Echar a vuelo las campanas, mostrar el nuevo garbanzo de a libra que hemos hallado. No es bueno, aconsejan las Escrituras, que la antorcha permanezca bajo el almud.

El almud en este caso ha sido la falta de publicidad. ¿Cuántos se han enterado de que el licenciado Janitzio Múgica Rodríguez Cabo, consultor B adscrito a la gerencia de depósitos diversos de Nacional Financiera, presentó su renuncia al puesto que desempeñaba en esta institución?

Y su renuncia fue acompañada de un texto que bien vale la pena reproducir:


El día 23 del presente me encontré a las puertas de Nacional Financiera, S.A., grupos de obreros de la empresa Ayotla Textil, en la cual no es secreto para nadie, Nacional Financiera tiene el control financiero y administrativo de la misma. 
En mantas que portaban los trabajadores de aquella empresa denunciaban las amenazas de muerte y de que se les enfrentaran esquiroles, hechas por el gerente de Ayotla, muy recientemente nombrado por la institución en la que prestamos nuestros servicios.
A los anteriores hechos, debo agregar la información que tengo de fuentes del todo fidedignas de que otra de las empresas controladas por Nacional Financiera, maderera que opera en el territorio de Quintana Roo, ha venido explotando inmisericordemente a los ejidatarios y pequeños propietarios, dueños de los bosques que le han sido concesionados a la empresa a la que aludo. 
Por último, y muy recientemente, me enteré por uno de los interesados, que la liquidación se les hizo hace aproximadamente un año a 80 viejos trabajadores de Altos Hornos de México, por haber llegado cerca del término en que alcanzarían el derecho a la jubilación…
No considero compatible haber pasado los últimos días acompañando el cuerpo inerte pero generador de profundas emociones y reflexiones sobre nuestro papel (como organismos descentralizados) ahora y en el futuro, del señor general Lázaro Cárdenas; y de haberse fortalecido en mí el recuerdo del señor general Francisco J. Múgica con el dejar de manifestar mi completa identificación con la clase trabajadora mexicana y con la necesidad de sanear las instituciones de la Revolución. Es por ello que presento a usted mi renuncia, con carácter irrevocable, con esta fecha, al modesto puesto que desempeño en Nacional Financiera, S.A.

La modestia del puesto no disminuye la importancia del hecho. Continuar desempeñándolo habría sido, automáticamente, volverse cómplice de esta serie de maniobras que la consciencia del licenciado Janitzio Múgica Rodríguez encuentra reprobables. Podrán argüir sus opositores que está equivocado y que esas maniobras no existen sino en su imaginación. Podrán argumentar los conformistas que, si de veras quería tener eficacia, tenía que haber seguido luchando desde dentro. Esa coartada que nos permite acomodarnos a todas las situaciones y llegar, con quien sea, hasta la ignominia.

Pero si la renuncia es una imprudencia, la denuncia es una temeridad. En ambas ha incurrido el licenciado Múgica Rodríguez. Y con ello se ha hecho acreedor a llevar con orgullo el apellido de su padre y a reclamar nuestra admiración y nuestro aplauso.


Excélsior, 31 de octubre de 1970, 6A, 8A.

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