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  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

DEFENSA DE LA UNIVERSIDAD: UNA VERGONZOSA PUGNA (1966)

Actualizado: 2 ago 2021

En los últimos tiempos la vida de la Universidad Nacional Autónoma de México se ha visto perturbada, y aun paralizada en ciertos sectores, por la agitación que promueve sistemáticamente una minoría. Al principio se alzaron enarbolando una serie de peticiones, muchas de las cuales eran ilegítimas o no estaban encausadas de modo correcto; otras eran deleznables y hasta risibles y otras, en fin, resultaban dignas de consideración y aun de aprobación.


La rectoría de la Universidad − con quien los líderes estudiantiles mantuvieron largas y frecuentes pláticas− respondió al alud del pliego de peticiones, con un texto en el que se concedía lo que estaba en su mano conceder, orientaba, respecto a los medios pertinentes para ser atendidos por las autoridades que tenían la potestad de resolver los otros problemas y aconsejaban la actitud que habían de adoptar los inconformes para que cesaran, lo más pronto posible, los motivos de su inconformidad.


En una de esas pláticas, a la que tuve oportunidad de asistir, pude darme cuenta de que entre los componentes del llamado Comité de Lucha de la Facultad de Derecho, no había una opinión unánime sino muchas divergentes y aun contradictorias. Era, por lo menos, alentador darse cuenta de que la mayoría escuchaba los argumentos de las autoridades, se rendía ante la evidencia de los hechos, aceptaba la necesidad lógica de las conclusiones. Y era descorazonador ver cómo unos cuantos, al observar que el clima de entendimiento tendía a generalizarse, apelaban a cualquier pretexto para interrumpir el diálogo, lo desviaban a puntos que ya habían sido tratados y aun resueltos, para plantearlos desde otro ángulo en el que el acuerdo resultara imposible. Cuando esta desviación perdía su efecto no desdeñaban los golpes bajos: calumnias, difamación, gravísimas acusaciones sin pruebas contra personas respetables. La caballerosidad de los demás los detenía y entonces adoptaban una actitud sublime: su lucha se elevaba por encima de un nivel de intereses de grupo e iba más allá de la pretensión de las pequeñas modificaciones para (y aquí el adecuado engolamiento de la voz hasta alcanzar la tesitura de orador de plazuela) proponer una reforma universitaria.


Al escuchar esta proclama quedé pasmada; ¿en qué estratosfera han vivido estas criaturas que no se han dado cuenta de las profundas reformas que se han operado en el ámbito de la Universidad durante los últimos cinco años? ¿Es que no se han enterado de la implantación y la vigencia de las pruebas de conocimientos básicos que permiten seleccionar como alumnos a aquellos que tengan la capacidad y preparación suficientes como para que se considere que no fracasarán al emprender una carrera, sino que existe un margen amplio de certidumbre respecto al éxito? ¿Es que ignoran que se han revisado, uno por uno, los expedientes de los maestros para comprobar si cumplen con los requisitos exigidos por los estatutos para ejercer la docencia? ¿Se les ha pasado por alto el hecho (de que la garantía de que esos requisitos se cumplan es mediante las pruebas de oposición o concurso de méritos con lo que también el magisterio ha sido seleccionado? ¿No saben que está llevándose a cabo un programa de Formación de Profesores de Carrera porque se mira como indispensable la exclusividad de un trabajo para que resulte satisfactorio? ¿No les ha llegado la noticia de que para obtener esa exclusividad no hay más camino que el de la retribución decorosa de los servicios y que año con año se ha mejorado el sueldo de los maestros, en la medida en que la exigüidad del presupuesto universitario lo permite?


Pero los cambios académicos no terminan aquí. Al evaluar estadísticas de aprovechamiento de los alumnos de preparatoria se tuvo que concluir que era muy deficiente y que una de las causas más obvias era el plan de estudios, cuya elasticidad permitía que materias fundamentales para la formación intelectual (como son las matemáticas y la biología, por ejemplo) fueran optativas y no obligatorias. Y que esto daba oportunidad al estudiante, de elegir entre las dificultades del álgebra y los placeres de la iniciación al cine. ¿Quién duda a esa edad y con la inexperiencia propia de su edad? El prejuicio sólo se palpaba en el momento en que el estudiante decidía seguir una carrera de ingeniero o de médico y carecía hasta de las más elementales de las disciplinas en las que deseaba especializarse.


Comisiones de pedagogos tomaron en sus manos este asunto y después de muchas deliberaciones se aprobó un nuevo plan de estudios en el que los primeros dos años se dedican a poner las bases indispensables para toda la cultura. Y el tercero se concentra en un sector determinado de conocimientos que desembocan en el campo de las humanidades o de las ciencias.


Pero había que despojar la enseñanza de un viejo vicio: el verbalismo. Y se implantaron nuevos métodos en los que la memoria se auxilia y se complementa con la práctica. Y esta práctica se realiza en laboratorios dotados del instrumental más moderno y completo.


Ninguna de estas ventajas, ni la de locales nuevos, construidos ex profeso, ha representado para el estudiante un aumento en sus cuotas de inscripción que, si queremos ser exactos, son meramente simbólicas. El Estado, que ha venido aumentando progresivamente la subvención anual de la Universidad, hace esta inversión porque los profesionistas tienen un papel muy importante que desempeñar en el progreso de la nación.


Con todo, no es ningún secreto que la Universidad no se da abasto para cubrir la demanda de la educación superior. Los que tiene acceso a sus aulas han de hacerlo con la consciencia de que están gozando de un privilegio que muchos otros no logran alcanzar y que un privilegio se merece cuando se recibe con sentido de responsabilidad y cuando se paga con el buen uso que se hace de él.


En nada de esto han pensado los que, con una intransigencia cerril, se empecinan en mantener la huelga. No han medido tampoco la magnitud del peligro que entraña poner su casa, inerme, a la merced de la devastación de los enemigos; de la falta de escrúpulos de los logreros; de la voracidad de los ambiciosos, de quienes los líderes, los que están dando la cara en esta vergonzosa pugna, no son más que un instrumento que se desechará en cuanto cese de ser útil.


Pero hay algo de lo que tenemos derecho a sentirnos orgullosos y es la manera como las autoridades, han manejado esta situación. Sus únicos instrumentos son los que les pone en sus manos la ley. Han sancionado a quienes la violan con la pena que les corresponde, siendo la máxima la expulsión. A pesar de las reiteradas provocaciones no han correspondido con la violencia. A pesar de que les consta la venalidad de algunos dirigentes de este movimiento no han recurrido al cohecho.


Esta actitud es, aparte de ejemplar, reveladora. Revela que también se ha reformado la manera de concebir la política del ámbito universitario. Opone a la fuerza bruta la razón, al interés bastardo de un individuo o de un grupo, el bien de todos. Mantiene la validez del orden, de la disciplina, del rigor intelectual frente a los replantes de la irracionalidad y las tentaciones del caos. Sigue cumpliendo con su misión, no derribando a golpes los obstáculos sino sorteándolos con prudencia. Se apoya en la justicia, en la altura de miras, en la limpieza de procedimientos. Éste es el espíritu por el que ahora habla nuestra raza.


Excélsior, 26 de abril de 1966, p. 7A

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