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  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

DIÁLOGO INSÓLITO: ESCRITORES FRENTE A LEGISLADORES (1969)

Santiago de Chile, 20 de agosto. (Exclusivo)—Entre los actos oficiales organizados para el Encuentro Latinoamericano de Escritores, que actualmente se efectúa en Chile— y que congrega intelectuales no únicamente de los veinte países latinoamericanos “en torno de la ausencia de Cuba”, como dijo uno de los oradores , sino también representantes de Francia, de Rumania y de la URSS—, el de ayer revistió un carácter inusitado: se trataba de entablar un diálogo entre los parlamentos y los escritores en la sala de sesiones de la Cámara de Diputados.

¿Qué hay de común, se preguntaban algunos, entre el político y el hombre de letras, entre el que actúa y el que contempla, entre el que posee el poder y el que maneja, como única arma, la palabra?

El temario disipaba este escepticismo al proponer un asunto para la discusión: de qué manera la acción legislativa es capaz de coadyuvar o de impedir la función específica del escritor.

Después de la bienvenida a los huéspedes, dada por el presidente de la Cámara con un discurso breve y laudable y sorprendentemente falto de retórica, tomó la palabra el editor don Benito Losada, quien echó en cara a los gobiernos el que no considerasen la industria del libro en su verdaderas dimensiones y el que no se hubiesen preocupado hasta ahora de redactar leyes que ayudaran a protegerla y desarrollarla. Sugirió la necesidad de que el Estado interviniera en el asunto de la producción y distribución del papel y, fundamentalmente, en que se elabora una legislación moderna y unificada acerca de la propiedad intelectual.

El orador siguiente fue el poeta chileno, embajador de su país en El Cairo, Humberto Díaz Casanueva, quien centró su exposición en la responsabilidad social no sólo de los escritores, sino también de los editores y los críticos, que componen una trilogía indisoluble, proponiendo la planificación de la cultura por parte del Estado, de una manera que haga posible el equilibrio entre la plena libertad de expresión y el desarrollo de la sensibilidad para captar y exhibir los aspectos negativos de la realidad, la injusticia de la relación entre las clases que integran una nación, la ignorancia, la miseria y el analfabetismo, males endémicos nuestros.

Citó como ejemplo la política cultural de los países socialistas, especialmente Cuba, y resumió su doctrina en una frase de Fidel Castro según la cual la única taxativa puesta a los intelectuales sería la actividad antirrevolucionaria.

Por su parte Mario Monteforte Toledo, novelista y sociólogo guatemalteco residente en México desde hace varios años, señaló los peligros de una cultura dirigida desde arriba, porque si bien algunos regímenes son susceptibles de garantizar la democratización del patrimonio cultural, nada garantiza la estabilidad de esos regímenes ni la constancia de su adhesión a los ideales democráticos y entonces la dependencia de los intelectuales al Estado los convertiría en sus agentes y no en sus críticos; en sus cómplices, no en sus denunciadores.

Abundó en este criterio un representante del Partido Radical de Chile, quien exhortó a los escritores a que continúen llevando a cabo la tarea de representar la realidad que contemplan con la mayor exactitud y lucidez y a que describan los problemas y las contradicciones de la sociedad en que viven para hacerlos inteligibles, para que —vistos a través de una obra de arte— adquieran perfiles más nítidos y permitan a los parlamentos pensar en soluciones que, una vez vueltas leyes, transformen y mejoren esa realidad.

El senador comunista Volodia Teitelboim, escritor él mismo, autor de una novela —La semilla en la arena—, comenzó con una autocrítica del legislador “que no accede a la expresión inteligible” y se queda en el nivel de una fraseología hueca y de un virtuosismo verbal que no hace más que ocultar su falta de ideas y su afán de mantener un status quo enmascarándolo tras la frase bella y la propaganda falsa, aunque no por eso menos eficaz.

En cambio, el escritor ve más allá de la apariencias que quieren presentarle y desafía a los fuertes y a los poderosos cuando se propone y cumple sustituir el lugar común por el hallazgo de la palabra verdadera, la que borra los límites entre lo cotidiano y lo fantástico, entre lo posible —que es el ámbito donde se mueve la ambiciosa prudencia del político— y lo imposible que muchas veces exige la necesidad humana de justicia y libertad.

El crítico uruguayo Ángel Rama se refirió a la desfiguración sistemática del lenguaje llevada a cabo por los gobiernos dictatoriales de América Latina para no llamar la atención de los ciudadanos sobre la gravedad o irregularidad de los hechos que se viven, para familiarizarlos con esos hechos y conjurar la posibilidad de la rebeldía o de la protesta. Cuando en vez de mencionar la palabra “tortura” se la sustituía por el término inocuo “apremios ilegales” y cuando esta sustitución se convertía en el lenguaje oficial era cuando el escritor tenía que recordar que su oficio era el de llamar a las cosas por su nombre y coadyuvar así a que cesara el fraude lingüístico que no era sino un síntoma de una distorsión total de la vida colectiva en la que toda arbitrariedad podía ocurrir.

El diputado José Luis Maida elogió a los escritores que han roto la dependencia cultural, el mimetismo del modelo extranjero, y al emanciparse han encontrado la cara auténtica de los pueblos y han conquistado el respeto de los pueblos ajenos. “Valemos más en la medida en que somos más nosotros mismos. Este fenómeno —en el que el escritor ha puesto el ejemplo— debe produciré también en el terreno político.”

La diputada Carmen Lazo afirmó que por todas las razones anteriormente expuestas, el escritor no es un lujo sino una necesidad, sobre todo en países en etapas de desarrollo como los nuestros, el escritor es necesario porque ayuda a su pueblo a que cobre conciencia. Pese a la nobleza y a la importancia de su labor los escritores son unas víctimas a las que se explota económicamente o se les reprime por medios policiacos.

Al tocar este punto se produjo un incidente al solicitar la palabra Hernán Lavín para protestar por la persecución, cárcel, destierro que sufren los escritores americanos—citó los nombres de Revueltas, Debray, Wofang Neuss, Gonzalo Rojas, Jorge Palacios y Luis Valente— desde México hasta la Argentina, sin excluir territorio chileno.

Después de este final dramático y largamente aplaudido se levantó la sesión, una sesión memorable por el respeto mostrado al trabajo intelectual, por la libertad con la que se expresaron puntos de vista que contradicen la posición del partido en el poder.


Excélsior, 21 de agosto de 1969, pp. 7A, 8A.

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