Eclipse total (poema)
- Rosario Castellanos Figueroa
- 28 ene 2021
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 29 ene 2021
¡Otra vez el estruendo reventando en mi oreja!
Me sacude el oleaje en que respira
como un gran animal, furioso, el mundo.
Hierven todas las cosas
consumidas por una llama hambrienta
que ya alcanzó mi calcañar y muerde.
Entré en una región donde el ala no vuela,
al dominio de un dios solitario y nocturno,
a la órbita de un astro ya eclipsado.
¡Oh vértigo de piedra que oyó un clamor de abismo!
Desde mi corazón estoy hablando.
Mi corazón de roncos metales en que suena
como un gemido lúgubre tu nombre.
En este ay me está doliendo el mundo.
Me duele en mí, criatura donde el mal
revienta como pústula.
Me duele en mí, blasfemia
lanzada ante la faz pura del día.
Mentí cuando lo dije:
"He aquí mi verdor, sobre el que brilla
igual que un astro mínimo el rocío".
Ahora estoy diciendo la verdad:
soy la hierba deshecha
bajo un golape bárbaro.
¡Qué tremendo es el rostro del amor
cuando lo contemplamos
con los ojos sin lágrimas!
Su visión nos destruye. Sólo queda
una ceniza oscura
como la de un papel escrito por el fuego.
No fue la luz el sello de nuestro pacto.
Buscamos, como el topo, la madriguera oculta
y allí juramos: sea
este beso la losa sepulcral
para yacer bajo ella, condenados.
¿Bajo qué ley podríamos plantar un árbol nuestro
si ante tú y yo la tierra se reseca de sal
y retrocede la nube benéfica?
Nuestra heredad es sólo la sed y el desamparo
y un secreto, como una devastación, terrible,
desenvaina en el cielo su relámpago.
Nuestra patria es la muerte. Sólo allí
la hiedra reclinada sobre el árbol.
En el ruido del mundo
tu palabra y la mía no se hallaron.
Pero en aquel silencio
el diálogo.
Lo quisimos eterno.
Que viva más allá de nosotros, dijimos.
Y un día y otro día
nuestra lengua probó sabor de juramento.
Lo quisimos eterno, irrevocable.
Como el infierno.
Lengua de la mentira soy, mano del crimen.
En mí aprende
su color la vergüenza.
Como piedra colérica lanzo mi corazón,
quebrando en mil pedazos el espejo del mundo
para mirar mil veces el rostro de mi culpa.
Porque presté mi carne
para que la traición tuviera forma
y para que adquiriera volumen la vergüenza,
estoy aquí, peor que la cautiva
llevada a la presencia de su dueño
y que al mostrar los pies descalzos, llora.
Se dijo la sentencia.
En el vaso precioso de la creación corrió
como un escalofrío su resquebrajadura.
Sobre la piel del animal humea
una marca infame
y tiembla el pobre arbusto
bajo un viento brutal de taladores.
Cómplice mío, cubre tu corazón y unge
de sordera tu oreja.
Esta música espesa que es el mundo
chorrea en el vacío
mientras un ojo inexorable mira.
El viento, que sacude al árbol cuando quiere
arrancarle su fruto,
ya no se acerca a mí con manos de despojo.
En su fecha cedí al Rondador el peso
con que el amor se inclina hacia la tierra
y se asomó en los nombres
que en mí la primavera pronunciaba.
Ahora no sostengo más testimonio que éste,
cruel, de la madera desnuda en la que sólo
el hachazo penetra.
En los días dichosos esta espuma
de preguntas amargas
no subió hasta mi boca.
Bastaba estar aquí,
tocar las cosas como suspirando,
irse, dejar atrás la flor de las ciudades
y ofrecer la mejilla a un aire y a otro aire
como a dos ráfagas del mismo incendio.
Basta ser el ámbito vacío
no atravesado nunca
por un vuelo.
La fuerza oscura que nos pide muerte
trabaja en mí, me llama
con silencio de pez entre mis venas.
Cierro los ojos y se borra el mundo.
Los árboles atentos, la luz en la que amé,
la piedra que quería decir algo
con su lengua torpísima
huyen, como el reflejo huye en el agua.
Mi corazón, vestido de su otoño,
como una hoja amarillenta, cae.
Y yo abro las manos. Y consiento.
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