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  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

Eclipse total (poema)

Actualizado: 29 ene 2021

¡Otra vez el estruendo reventando en mi oreja!

Me sacude el oleaje en que respira

como un gran animal, furioso, el mundo.


Hierven todas las cosas

consumidas por una llama hambrienta

que ya alcanzó mi calcañar y muerde.


Entré en una región donde el ala no vuela,

al dominio de un dios solitario y nocturno,

a la órbita de un astro ya eclipsado.


¡Oh vértigo de piedra que oyó un clamor de abismo!


Desde mi corazón estoy hablando.


Mi corazón de roncos metales en que suena

como un gemido lúgubre tu nombre.


En este ay me está doliendo el mundo.

Me duele en mí, criatura donde el mal

revienta como pústula.

Me duele en mí, blasfemia

lanzada ante la faz pura del día.


Mentí cuando lo dije:

"He aquí mi verdor, sobre el que brilla

igual que un astro mínimo el rocío".

Ahora estoy diciendo la verdad:

soy la hierba deshecha

bajo un golape bárbaro.


¡Qué tremendo es el rostro del amor

cuando lo contemplamos

con los ojos sin lágrimas!

Su visión nos destruye. Sólo queda

una ceniza oscura

como la de un papel escrito por el fuego.


No fue la luz el sello de nuestro pacto.

Buscamos, como el topo, la madriguera oculta

y allí juramos: sea

este beso la losa sepulcral

para yacer bajo ella, condenados.


¿Bajo qué ley podríamos plantar un árbol nuestro

si ante tú y yo la tierra se reseca de sal

y retrocede la nube benéfica?


Nuestra heredad es sólo la sed y el desamparo

y un secreto, como una devastación, terrible,

desenvaina en el cielo su relámpago.


Nuestra patria es la muerte. Sólo allí

la hiedra reclinada sobre el árbol.

En el ruido del mundo

tu palabra y la mía no se hallaron.

Pero en aquel silencio

el diálogo.


Lo quisimos eterno.

Que viva más allá de nosotros, dijimos.

Y un día y otro día

nuestra lengua probó sabor de juramento.

Lo quisimos eterno, irrevocable.

Como el infierno.


Lengua de la mentira soy, mano del crimen.

En mí aprende

su color la vergüenza.

Como piedra colérica lanzo mi corazón,

quebrando en mil pedazos el espejo del mundo

para mirar mil veces el rostro de mi culpa.


Porque presté mi carne

para que la traición tuviera forma

y para que adquiriera volumen la vergüenza,

estoy aquí, peor que la cautiva

llevada a la presencia de su dueño

y que al mostrar los pies descalzos, llora.


Se dijo la sentencia.

En el vaso precioso de la creación corrió

como un escalofrío su resquebrajadura.

Sobre la piel del animal humea

una marca infame

y tiembla el pobre arbusto

bajo un viento brutal de taladores.


Cómplice mío, cubre tu corazón y unge

de sordera tu oreja.

Esta música espesa que es el mundo

chorrea en el vacío

mientras un ojo inexorable mira.

El viento, que sacude al árbol cuando quiere

arrancarle su fruto,

ya no se acerca a mí con manos de despojo.


En su fecha cedí al Rondador el peso

con que el amor se inclina hacia la tierra

y se asomó en los nombres

que en mí la primavera pronunciaba.


Ahora no sostengo más testimonio que éste,

cruel, de la madera desnuda en la que sólo

el hachazo penetra.


En los días dichosos esta espuma

de preguntas amargas

no subió hasta mi boca.


Bastaba estar aquí,

tocar las cosas como suspirando,

irse, dejar atrás la flor de las ciudades

y ofrecer la mejilla a un aire y a otro aire

como a dos ráfagas del mismo incendio.


Basta ser el ámbito vacío

no atravesado nunca

por un vuelo.


La fuerza oscura que nos pide muerte

trabaja en mí, me llama

con silencio de pez entre mis venas.


Cierro los ojos y se borra el mundo.


Los árboles atentos, la luz en la que amé,

la piedra que quería decir algo

con su lengua torpísima

huyen, como el reflejo huye en el agua.


Mi corazón, vestido de su otoño,

como una hoja amarillenta, cae.

Y yo abro las manos. Y consiento.

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