top of page
Buscar
  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

EL CURIOSO IMPERTINENTE: O GRAHAM GREENE, TESTIGO INDESEABLE (1968)

Querámoslo o no, Inglaterra no tiene ahora un novelista vivo de una talla que exceda a la de Graham Greene. Católico, las agencias policiacas de los Estados Unidos le han negado la entrada en su territorio acusándolo de comunista. La acusación es infundada, desde luego. Pero la negativa de la visa no, sólo que los motivos son otros: que Greene, en tanto que corresponsal de periódicos ingleses, ha estado en Vietnam y ha contado sus impresiones de la guerra, no sólo a través de sus reportajes sino en una novela, El americano tranquilo, en la que la imagen de nuestros vecinos del norte no resulta muy halagadora.

Como tampoco podemos envanecernos del testimonio que rinde de México, a raíz de su estancia en nuestra patria cuando aconteció lo increíble para las potencias europeas y otras que no lo son tanto: la expropiación petrolera. Caminos sin ley, la recopilación de sus textos periodísticos, es una serie de desahogos contra el clima, contra la gente, contra sus gobernantes. No hay en estas páginas un átomo de simpatía para esta tierra poblada de “estúpidos mestizos” que se dan el lujo de desafiar a sus inteligentes explotadores. Pero cuando Greene convierte estas experiencias en material literario elabora esa espléndida novela que es El poder y la gloria donde el “estúpido mestizo” transita a la categoría de ser humano, atormentado por problemas de responsabilidad moral, de predestinación religiosa, de libertad y de gracia.

Ha incursionado también nuestro autor en África y nos ha comunicado su visión de este mundo convulso y atormentado. Ahora regresa a Hispanoamérica y se detiene, para desgracia de Papá Doc, en Haití.

Haití, dice Eilliam Krehm en su libro Democracia y tiranías en el Caribe, es un país diminuto y montañoso, con más de tres millones de habitantes y un suelo agotado. Después de una intensa explotación por los azucareros franceses, fue entregada a la destructiva agricultura de los esclavos libertados. Hoy apenas habrá menos de una hectárea de tierra laborable para cada campesino adulto. Los arados son desconocidos… La deforestación ha alcanzado proporciones peligrosas y los fuertes aguaceros se llevan las laderas… La mayoría de los campesinos no hace más que una comida por la noche: arroz y frijoles y, ocasionalmente, un pedazo de carne.

El clima y la alimentación se alían para dar paso libre a las enfermedades, y si a esto añadimos que el gasto anual para la educación pública, por persona, es de 23 centavos, no hemos de sorprendernos que el pueblo se mueva aún en un ámbito de supersticiones, de prácticas de los más antiguos ritos traídos de África. La creencia de los zoombies, cadáveres redivivos para servir a la voluntad de otros, pone los cimientos necesarios para que se afirme el déspota. Porque si alguien posee poderes sobrenaturales como los que hemos descrito no sólo esclavizará a los muertos sino que subyugará a los que viven.

La historia de Haití es un largo calvario, una de cuyas estaciones podemos presenciar ahora plasmada en el relato de Graham Greene The Comedians y adaptada a la pantalla y exhibida actualmente en uno de nuestros cines bajo el título de Los farsantes.

(La exhibición de esta película, por cierto, ha dado lugar a un incidente diplomático. El representante del gobierno haitiano pidió a las autoridades competentes en México que se pusiera fuera del alcance público este documento que denigraba a un país con el cual nuestras relaciones oficiales no se encuentran en crisis. Hubo discusiones en las que el argumento principal para contestar a la petición con una negativa fue el de la libertad de expresión. Perfecto y todos estamos muy de acuerdo en ello. ¿Pero qué habría sucedido si en la tal película apareciera la más mínima alusión desfavorable a México? Gracias a la ley de censura vigente, habría sido vetada. Lo cual resulta paradójico y no habla muy alto respecto de nuestra objetividad e imparcialidad. Aceptamos que se haga la justicia siempre que sea en los bueyes de nuestros compadres.)

Pero, volviendo al tema. En Los farsantes se nos muestra un paisaje en el que la exuberancia tropical parece una burla: un pueblo paupérrimo regido por un poder arbitrario. Este poder tiene un instrumento para manifestarse e imponerse: los tontons macoutes, una especie de guardia personal del presidente que no se distingue del resto de los ciudadanos ni siquiera por un uniforme. Bastan los anteojos oscuros. Con la mirada oculta, sin mirada quizá, cumplen “sus órdenes”. Encarcelar, torturar, matar. ¿A quién? A cualquiera. No Se necesita ser culpable de un hecho determinado y concreto. Es suficiente un rumor, un halo de sospecha, una omisión. No se necesita pertenecer a un grupo hostil al mandatario. Esto no es siquiera posible. El grupo es aniquilado antes de que termine de integrarse. Las víctimas de hoy son los favoritos de ayer. Y se pasa, sin transición, sin explicaciones, acaso sin motivos, desde un despacho ministerial a un calabozo o al paredón. Y estos cambios súbitos no son secretos sino que sirven de ejemplo. Los escolares acuden, cantando himnos de alabanza al padre y protector de la patria, a las ejecuciones. Y estas ejecuciones son filmadas y su proyección se continúa, durante semanas, en las aulas. Es así como se forma la conciencia cívica de los niños.

Una red invisible de espionaje y delación envuelve a todos. Nadie confía ni en sus allegados más íntimos, nadie se atreve a hablar delante de los criados, nadie se mueve sino con precauciones y con miedo. Precauciones ineficaces. Porque nadie sabe con qué vara van a ser medidos sus actos, qué palabras son las que reciben un buen acogimiento, qué silencios son oportunos. Se está a la merced de un estado de ánimo, quizá del funcionamiento cenestésico de otro.

¿Colocarse al margen? Medida muy prudente sólo que imposible de llevar a la práctica. El que se abstiene ¿no está haciendo con ello alarde de antipatía? Por otra parte la atmósfera, a fuerza de cargarse de crímenes, se va volviendo irrespirable. Y en la asfixia no se razona ya con serenidad. Se toman decisiones tan temerarias como inútiles, se arroja uno a la acción como a una forma inconsciente de suicidio. Se asume el papel de héroe. ¿Y por qué no? Si nada aquí es lógico ¿Por qué no ha de producirse alguna vez un milagro favorable? Y los que van a la rebelión, ven inermes.

Del río revuelto ya sabemos quiénes sacan siempre su ganancia. Triste círculo vicioso en que se mueven la mayor parte de nuestras repúblicas. Pero no irrompible. Pero no fatal.

Excélsior, 30 de marzo de 1968, pp. 6A, 8A, 9A.


16 visualizaciones0 comentarios

Comments


Publicar: Blog2_Post
bottom of page