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  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

EL GRITO DEL SUICIDA: LA RESPUESTA HUMANA (1969)

El suicidio es una acción extrema que no puede ser juzgada, calificada, defendida ni execrada sino quienes lo presentan. En una sociedad como la nuestra, centrada en torno al valor supremo y absoluto de la vida, el individuo que la destruye voluntaria y libremente constituye una piedra de escándalo contra la cual tropieza nuestro instinto, nuestra razón, nuestra emotividad y nuestro sentido ético.

Por eso alrededor de un fenómeno que perturba de manera tan radical nuestras convicciones más arraigadas, se investiga respectivamente a sus motivaciones inmediatas y a sus fundamentos últimos; se establecen estadísticas sobre su frecuencia y las condiciones en las que esta frecuencia se produce (nacionalidad, edad, estado civil, posición económica y social, oficio que se desempeña, adhesión a una iglesia o indiferencia religiosa, etcétera), para examinar hasta qué punto es posible y válido establecer relaciones de causa a efecto; se pronuncia con argumentos los moralistas; se crea un problema jurídico en el que se da un delito pero el delincuente se encuentra más allá de los alcances de la punición; se proponen hipótesis de trabajo a los terapeutas para que consideren al suicida como un enfermo y sugiera los remedios adecuados.

Pero mientras los teóricos discuten y no llegan aún a ponerse de acuerdo ni siquiera en la terminología, el problema real no permanece estático sino que gana terreno. En los países altamente evolucionados en el aspecto técnico el suicidio alcanza cifras cada vez mayores.

Resulta indispensable y urgente, pues, actuar. Para ello se ha organizado una Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio, con sede en Viena, a la que México se afilió hace dos años. Precisamente hoy hace una semana que el Centro que opera en el Distrito Federal conmemoró el segundo aniversario de la iniciación de sus actividades con un programa en el que se ponía de manifiesto el equilibrio entre las tareas de investigación y de práctica que realizan.

El programa estuvo integrado por una serie de conferencias en las que se contempla el problema del suicidio desde el punto de vista sociológico, filosófico, jurídico, psicoanalítico, moral y médico. Se exhibió una película acerca de la posibilidad y la eficacia de la ayuda que puede prestarse a quienes se encuentran en el umbral de una decisión autodestructiva y se repartieron unos folletos para divulgar una serie de hechos, comprobados ya por la ciencia, que van contra las creencias populares, creencias que de una manera deliberada o no tienden a abandonar al presunto suicida a su suerte cuando, en realidad, esa suerte depende en muchas maneras de una palabra oportuna, de la atención con la que se escucha una queja, de la sensibilidad para percibir ese desesperado grito de ayuda con la que se escucha una queja, de la sensibilidad para percibir ese desesperado grito de ayuda que lanzan los que se sienten incapaces de detener o desviar sus impulsos de aniquilamiento y requieren el auxilio ajeno.

Las confrontaciones entre creencias populares y hechos científicos que aparecen en el folleto deben ser dadas al conocimiento del público por los más amplios medios de comunicación.

La más extendida de las creencias es una repetición, a nivel humano, del refrán que reza que perro que ladra no muerde. “Las personas que hablan acerca del suicidio no lo realizan.” La expresión de estos designios no revela un propósito serio ni meditado sino un deseo de llamar la atención, de provocar en los más próximos sentimientos de culpa o modificaciones de la conducta. Una amenaza de suicidio de interpretarse como una de las formas más baratas y menos convincentes del chantaje.

Contra esta creencia popular el hecho científico es que “de cada diez personas que se suicidan ocho han dado advertencias bien claras de sus intenciones. Las amenazas y los intentos suicidas deben ser tomados seriamente”. ¿Significa eso que las personas que rodean al presunto suicida deben someterse a todos sus caprichos para que no lleve a cabo sus amenazas? De ninguna manera. Significa que se debe acudir al especialista idóneo, a quien ha de manejar este asunto con una táctica desapasionada y eficiente, tanto más eficiente cuanto más desapasionada.

El complemento del primer dogma de la creencia popular es la oración que sigue: “El suicidio se realiza sin advertencias”. La noticia cae sobre nosotros como un rayo ¡Quién lo hubiera podido imaginar! ¿Cómo hubiera podido evitarse? Exclamaciones que esconden profundos mecanismos de nuestra mala fe porque “los estudios han revelado que el suicida da muchos indicios y advertencia… La vigilancia de estos indicios, que son ‘gritos de ayuda’, pueden permitir la prevención del suicidio o el intento del mismo”. Pero al grito de ayuda responde un responsable, alguien adiestrado y capaz. Los buenos deseos aquí, como en todas partes, no bastan. Hay que completarlos con los medios adecuados de convertir ese buen deseo en realidad.

Otro de los mitos a los que concede vigencia el vulgo es el de que “las personas con tendencia al suicidio tienen completamente decidido morir”. Y los hechos son los de que en el presunto suicida existe una ambivalencia muy honda. Juega con la idea de la muerte pero al mismo tiempo confía en que los otros han de intervenir para evitarla. Si así no fuera el “grito de ayuda” (a menudo en clave) no se lanzaría. El médico, el psicoanalista, el sacerdote, la persona que ama han de permanecer alerta para interpretar esta clave y para no defraudar la confianza de quien se ha abandonado a nosotros para que sobrellevemos sobre nuestras espaldas la carga de su propia vida en un momento de crisis.

Esta crisis, contra lo que opina la mayoría no informada, es pasajera. “Los individuos que desean matarse a sí mismos tienen dicha tendencia por un periodo de tiempo limitado. Si se les salva de su autodestrucción pueden tener una vida útil.” Es más, los individuos salvados demuestran gratitud a quienes impidieron la consumación del acto de aniquilamiento.

Sin embargo, no debemos exagerar el optimismo y suponer que la mejoría que sigue a una crisis significa que el riesgo ya no existe. “La mayoría de los suicidios ocurren dentro de los tres meses siguientes al principio de la mejoría, cuando el individuo tiene la suficiente energía para hacer efectivos su pensamiento y sentimiento de muerte. Los familiares y los médicos deben estar particularmente alerta durante este periodo.”

La respuesta al grito de ayuda, grito que usted ha escuchado alguna vez, que usted quizá ha lanzado alguna vez, puede dársela, con prontitud y eficiencia, el Centro de Prevención del Suicidio que funciona en el hospital de Xoco. Recurra a él cuando lo necesite. Su servicio es gratuito. Ayude. Su ayuda es necesaria.

Excélsior, 26 de julio de 1969, pp. 6A, 8A, 9A.


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