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  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

El pobre (poema)

Me ve como desde un siglo remoto, como desde un estrato geológico distinto. Del idioma que algunos atesoran le dieron de limosna una palabra para pedir su pan y otra para dar gracias. Ninguna para el diálogo. El domador, con látigo y revólveres, le enseña a hacer piruetas divertidas, pero no a erguirse, no a romper la jaula, y lo premia con una palmada sobre el lomo. Aunque son tantos (nunca se acabarán, prometen las profecías) cada uno cree que es el último sobreviviente —después de la catástrofe— de una especie extinguida. Allí está: receptáculo de la curiosidad incrédula, del odio, del llanto compasivo, del temor. Como una luz nos hace cerrar violentamente los ojos y volvernos hacia lo que se puede comprender. Nadie, aunque algunos juren en el templo, en la esquina, desde la silla del poder o sobre el estrado del juez, nadie es igual al pobre ni es hermano de los pobres. Hay distancia. Hay la misma extrañeza interrogante que ante lo mineral. Hay la inquietud que suscita un axioma falso. Hay la alarma, y aún la risa, de cuando contemplamos nuestra caricatura, nuestro ayer en un simio. Y hay algo más. El puño se nos cierra para oprimir; y el alma para rechazar lejos al intruso. ¡Qué náusea repentina (su figura, mi horror) por lo que debería ser un hombre y no es!


Rosario Castellano

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