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  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

EL ÁMBITO DE LA IMAGINACIÓN (1963)

Actualizado: 19 dic 2020

¿Qué sensación, qué vivencia suscita la verdadera poesía? Fundamentalmente el asombro. Lo que la poesía revela son ciertos aspectos de la realidad, evidentes pero que nunca antes habíamos advertido o que, a fuerza de verlos, ya habíamos olvidado. Y nos devuelve a la significación originaria de las palabras, que tanto se corrompe con el uso.

El lector, una vez que ha entrado en la posesión de estos hallazgos, los atesora y los acrecienta frecuentando ya sea los mismo poemas (que también es condición de la verdadera poesía el ser inexhaustible) o ya sea de otros poemas, que se van aglutinando en torno de un núcleo central de preferencias, con lo que se integran unas como especies de constelaciones.

¿En qué constelación habría que situar Los elementos de la noche, el libro de José Emilio Pacheco que acaba de publicar la Universidad Nacional Autónoma de México? De Octavio Paz tiene (y resulta más visible en los primeros poemas con los que se inicia el libro) la riqueza verbal y ese temperamento que esquiva tanto el intelecto puro como la pura sensualidad y se desarrolla en el ámbito de la imaginación.

Desde ese ámbito el mundo aparece como una sucesión de fenómenos, al principio vertiginosa y poco a poco, obediente a un orden oculto, fatal. La noche es aquí multitud, pozo, cielo, cantil, cadena de espejos, navegable muralla y bestia alada; el día es caballero impaciente, ángel desmoronado, enorme espada de claridad (que a su vez es vaso sin labios y tallo que embiste), ojo devorador y fiesta carnívora. Pero se eleva por encima de tantos adjetivos para esplender, girar sobre su aire y su memoria. Porque, en última instancia, “todo es claro”.

Situado frente a este mundo maravilloso, el poeta no es más que el ojo que contempla y la mirada se nubla, a veces, por la efusión amorosa del llanto. Amorosa, no dolorosa, que la serenidad permanece intacta.

Por esta actitud José Emilio Pacheco recuerda, en ocasiones, a Jorge Guillén, a un Jorge Guillén siempre al aire libre, frente a los grandes espectáculos naturales –la noche y el día, el mar− y que no ha descubierto aún la belleza de los interiores construidos por el hombre ni su intimidad con los pequeños objetos que nos rodean, nos sirven y nos sostienen.

¿Para qué seguir rastreando? José Emilio busca sus linajes. Se emparenta con aquellos que atraviesan la noche con un sueño en las manos, con los que luchan contra lo que no es real, con los que se sienten responsables del día y saben que el pasado es suyo y que acaudillan su historia con su nombre.

Si esto es una declaración de principios la declaración de estilo se nos va dando implícitamente a lo largo de cada una de las páginas. José Emilio experimenta con las formas consagradas por la tradición: el soneto, la lira, la casida, sin estereotiparse y sólo para mostrar dominio. Con el mismo decoro utiliza el verso blanco y aún hace ejercicios de traducción del inglés, el francés y el italiano.

Estamos pues ante la presencia de un poeta que tiene a la mano todos los recursos y que los emplea con un certero sentido de las proporciones, con habilidad y lucidez. Sólo falta que el tiempo le enseñe a abrir las puertas a dos elementos para los cuales permanecen todavía cerradas: la fuerza emotiva, el calor.

La Cultura en México, suplemento de Siempre!, núm.. 58, 27 de marzo de 1963, pp. xvi-xvii.

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