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  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

ESCRITORES DE LA NUEVA OLA: OTRO INDICIO DE VIOLENCIA Y DESAFÍO (1967)

Mientras los esforzados líderes de la Facultad de Derecho pugnan porque sus compañeros caigan bajo el ala protectora de la ley… del menor esfuerzo y alcancen con ello el título que les permitirá ejercer una profesión de alta responsabilidad dentro de una República organizada jurídicamente, otros estudiantes, inconscientes de la trascendencia de esta lucha o traidores a los intereses de su clase hacen algo que no quedará impune: estudian. Y, algo más grave aún: crean. No importa que sus disciplinas específicas no estén ligadas con el campo de la estética, sí lo están ellos mismos en sus intereses más entrañables. Testimonio de ello nos lo rinde una revista que dirige y anima Margo Glantz y que se llama Punto de Partida.

En Margo esta vocación de “partera de almas” no es reciente. Ya desde que impartía cursos de literatura en la escuela preparatoria incitaba a los alumnos no a una nueva recepción pasiva de los conocimientos sino a una participación activa y a una búsqueda que, cuando resultaba fructuosa, recibía —al final del año— el galardón de ser editada en un pequeño cuaderno en el que varios jóvenes daban a conocer las primicias de su talento y la variedad y vivacidad de sus inquietudes.

Ahora Margo se mueve en un nivel académico más alto. Ya no son muchachos preparatorianos sino asistentes a cursos profesionales los que tienen la oportunidad de ser guiados, seleccionados y difundidos en la revista cuyo nombre mencionamos ya y que es necesario tener presente: Punto de Partida.

A mí me gustaría comparar esta revista que puede ser, más tarde, el órgano de una generación con aquélla que nos sirvió a los de la generación a la que pertenecí para publicar nuestros primeros trabajos. Se llamaba aquélla Barcos de papel, y dado el deleznable material de que tales barcos estaban hechos no fue nada extraño que naufragaran y se fueran a pique después de una breve navegación.

Releo las viejas páginas y me encuentro con que los temas que nos interesaban, nos preocupaban o que al menos nos parecían de moda, son muy diferentes de los temas que tocan los autores de Punto de partida y que en esta diferencia de temática, pero también de tónica, podemos advertir la evolución de nuestra historia, de nuestra sociedad en un lapso relativamente corto.

Todavía en nuestro Barcos de papel trasportábamos una serie de figuras típicas de las generaciones anteriores. Campesinos de huaraches, bigotudos, callados. Mujeres de rebozo que les servía de cuna al niño que berreaba de hambre. Tierras desoladas, eriales sin término, árboles polvorientos. O si no familias provincianas venidas a menos, señoritas quedadas, jóvenes que se estereotipaban en la rutina roídos de malestar que ni siquiera diagnosticaban: el “vago afán del arte”. Nos quedaba una alternativa que muchos prefirieron: el ejercicio de la imaginación según los cánones marcados por Juan José Arreola y sus modelos. Y nada más. La ciudad nos era un objeto extraño, ajeno a nuestra sensibilidad, impenetrable según nuestra nostalgia, la estación en la vida dolorosa que nos conduciría de nuevo origen, a la infancia recobrada, al paraíso rural.

En cambio ahora Manuel Farril G., alumno del tercer año en la Escuela Nacional de Odontología y autor de un relato, “Cuernos largos”, empieza situando la acción en México, D.F. Sección Non Plus Ultra de Las Lomas. Condominio Palmas. Decimosexto piso. Su protagonista, Armando, silba mientras arregla su ropa, que consiste en una camisa azul de algodón, cuello europeo, corbata angosta (pero no mucho), traje gris de lana, seda Altex, etcétera. El atuendo se complementa con un Alfa Romeo Giuletta Sprint que ronronea como un gato. Y todo se explica gracias a una chequera gorda que pertenece a una familia influyente y que coloca a Armando Estándar en una posición en la que enlazará intereses y afectos con otra familia influyente, con chequera tanto o más gorda que la suya, como en los buenos tiempos de Balzac.

Porque eso es lo que somos: una burguesía en ascenso, y si hubiera que clasificar a los personajes, como lo hizo el mismo Balzac en su Comedia humana dentro de una escala semejante a la zoológica éstos, como aquéllos, ocuparían el sitio de los animales de presa, de las aves de rapiña, de los que agreden, de los que se ceban en sus víctimas, de los que vencen. El único elemento extraño en un mundo organizado alrededor de los valores económicos es la pasión. Y, como en Balzac, es el elemento que, al parecer, provoca las catástrofes. Pero ¿qué pasión? No, no es el amor, ni los celos. Es, por una parte, la vanidad; por la otra la concupiscencia, y por la tercera la venganza del dueño cuyo usufructo de propiedad no ha sido respetado.

Roberto Guzmán Q., estudiante de la Escuela de Derecho (pero no se alarmen, de la Unversidad Iberoamericana), elige para contarnos la “Muerte de un popis”, que presenta ligeras variantes en relajación con Armando Estándar. Este popis anónimo tiene un Mustang, para sus vacaciones en Acapulco o en Puerto Vallarta (cuando no en los sitios de esparcimiento europeos), acude a fiestas, tiene aventuras, se emborracha, etcétera. La fatalidad aquí es mucho menos decimonónica. La muerte le sobreviene al popis por el exceso de velocidad. Con lo que contempla la línea de su arquetipo.

La alternativa de la imaginación también se cumple aquí y, es curioso, no se advierte en ella ningún cambio apreciable en relación con las varias invenciones que suscitó (y que sigue suscitando) Arreola.

Lo cual indica que el cambio se ha dado en las circunstancias exteriores y en la literatura cuando ésta sirve de reflejo en las circunstancias exteriores. No hablar de campesinos, no mencionar a los provincianos no significa que ambas especies se hayan extinguido. Significa que ocupan un segundo plano dentro del campo visual de los escritores de la última ola que son ya un producto netamente urbano y que miran alrededor de sí ya sin el asombro, sin el deslumbramiento, sin los interrogantes (ingenuos o no, pero interrogantes al fin) del payo, sino con la seguridad y la falta de detalles y de matices que es resultados de la costumbre.

Esta concentración en la gran urbe y en el sector privilegiado de ella ¿es privativo de nuestra literatura? ¿No repite, en otro campo, la perspectiva de nuestros economistas, de nuestros sociólogos, de nuestros políticos? ¿No debemos alarmarnos ante un síntoma que ha de incubar, a la larga, violencia y desafío?


Excélsior, 11 de noviembre de 1967, pp. 6A, 9A.


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