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  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

ESPECTÁCULOS FUERA DE LA REALDAD: CULTURA AL ALCANCE DE LAS MASAS (1971)

Actualizado: 12 dic 2020

Esto de difundir la cultura, que suena tan bonito y tan positivo y tan útil, no crea usted que no tiene sus bemoles. Primero es necesario establecer un concepto muy claro y explícito de lo que significa para no excederse en su aplicación ni quedarse corto en sus alcances.

Porque luego ocurren casos que ya no nos parecen tan peregrinos a fuerza de ser repetidos. Como el de la agrupación cualquiera o la persona investida de modesta aunque efectiva autoridad que patrocinan, indiscriminadamente, lo mismo una velada literario-musical que una corrida de toros o una animada kermés. E integran el programa de la velada con el infalible “Brindis del bohemio” o con aquel otro poema, célebre por su desenlace, una de cuyas estrofas afirma que él está siempre enamorado y ella siempre satisfecha


y en medio de nosotros,
mi madre como un dios 

con el que formula, de una vez y para siempre, nuestro complejo de Edipo colectivo.

Frente al piano, una jovencita en edad de merecer, ejecuta, literalmente, alguna sonata de Beethoven, cuando bien nos va; o algún autóctono vals porfiriano cuando alcanzó a advertir oportunamente que querer no es poder.

Pero esto ya ni siquiera nos preocupa, porque es parte del folclor nacional. Tampoco nos preocupa la definición de la palabra cultura porque la dejamos a los especialistas en el manejo del pensamiento y el vocabulario. Vayamos a otro punto que es del que tenemos una experiencia inmediata porque es lo que nos ocurre cuando alguien decide poner la cultura, sea lo que sea, al alcance de las masas.

Por lo pronto, los señores a los que se encarga este menester se ponen no únicamente solemnes sino algo más: fúnebres. Hablan con voz pausada y grave, como si estuvieran leyendo un epitafio o dando un pésame. Y sí, en realidad lo están dando porque saben, con anticipación, que vamos a pasar, todos juntos, un mal rato, a aburrirnos hasta decir basta.

¿Por qué? Porque nos han acostumbrado a un tipo de espectáculos que tienen de entretenido lo que tienen de tontos. Y tienen de tonto lo que tienen de carencia de realidad.

Recurramos a un ejemplo. El de “Simplemente María”, telenovela que nos cuenta la historia de la joven provinciana que va a la capital en busca de trabajo, porque es pobre pero honrada. Y que a los tres o cuatros episodios ha perdido la honra en la recámara del señorito de la casa que, claro, no puede casarse con ella porque entonces adónde iríamos a parar. Nada más eso faltaba. Por lo pronto nuestras instituciones se tambalearían. Pero, lo que es más importante, la protagonista no tendría la oportunidad de demostrar su orgullo ni sus capacidades llegando a convertirse, de madre soltera, en dictadora de la moda en el meritito París.

Bueno, basta. Quien haya escrito esta telenovela y quienes la representan y exhiben están segurísimos de que son muy humanos porque muestran la vida de los humildes (pero se embelesan en el momento en que los humildes dejan de serlo para volverse poderosos). Y que a tanto no llega nunca un escritor de polendas que sólo alterna con dioses, si pertenece a la época antigua; con reyes, si a la edad moderna; con el jet-set si es contemporáneo.

¿Sí? Pues no. Por lo pronto recuerdo dos libros clásicos sobre el tema de la servidumbre y de las relaciones entre el amo y el criado: Un corazón sencillo de Flaubert, y Misericordia, de Pérez Galdós.

¿En qué consiste la superioridad de tales textos sobre la telenovela a la que nos referimos antes? Dejemos a un lado las cuestiones de forma porque son demasiado obvias y busquemos el fondo del asunto. Porque tanto Flaubert como Galdós consideraron que la relación de dependencia y mando es, en sí, lo suficientemente rica en matices, múltiple en aspectos, intensa y dramática como para distraer la atención del escritor o de los posibles lectores incluyendo otros elementos que son ajenos a esta relación.

Someterse a la voluntad de otro, abdicar de la libertad propia a cambio de un sueldo mísero, de un precario albergue y de una comida escasa es un acto que se comprende porque está precedido por la necesidad. Pero añadir a esta sumisión el afecto, la lealtad, el apego y aun el sacrificio eso ya resulta un misterio que es preciso desentrañar y poner en evidencia. Es lo que intentan –cada uno a su modo y según sus instrumentos expresivos− Flaubert y Galdós. Pero ( y éste es el gran pero que se empeñan en no ver los encargados de difundir la cultura) lo logran de un modo apasionante.

Nos preocupan los altibajos de la fortuna de la familia a la que sirve la “señá Benina” que llega a tal extremo de pobreza que, para sostenerla, su criada se convierte en mendiga. Y que cuando recupera su fortuna encuentra que la apariencia y los modales de esta mujer del pueblo son demasiado vulgares como para no desbordar el ambiente de opulencia en que ahora viven y que, por lo tanto, ha llegado la hora de despedirla sin el menor escrúpulo.

¿Por qué esta historia ha de interesarnos y conmovernos menos que la de una muchacha seducida y abandonada? Únicamente por el modo como nos la presentan.

Si alguien, con las agallas suficientes como para arriesgarse a hacer una adaptación de la novela galdosiana, comunica su propósito a alguien capaz de realizarlo, tiene que aceptar condiciones. ¿Por qué no trasladar el episodio del Madrid decimonónico a una hacienda pulquera del porfiriato? Así tenemos la oportunidad de intercalar algunas escenas típicas de la vida rural de esa época. Muy al estilo de Eisenstein ¿sabe usted?

Y, para balancearlo, unas fiestecitas de la aristocracia de entonces que siguen fascinando al público, añorante de unas glorias que no alcanzó a disfrutar o que recuerda con la nostalgia con que se recuerda lo imposible. ¿Qué tal? Naturalmente que Almudena, el méndigo árabe de la novela, se transformaría ipso facto en indio. Y con ese modo de hablar tan chistoso que tienen…

Pero así y todo habrá que añadir sal y pimienta. El idilio entre la hija del hacendado y el apuesto caporal. Un idilio en el que la “señá Benina” actuaría como intermediaria para volverse más simpática al auditorio. Un idilio sembrado de obstáculos y que no hubiera culminado jamás en boda de no ocurrir oportunamente la Revolución.

¿Y qué pasó con la “señá Benina”? ¿Las leyes del movimiento revolucionario van a garantizarle una indemnización por despido injustificado? ¿Pero cómo se le ocurre una idea tan subversiva cuando el auditorio está compuesto casi exclusivamente de amas de casa celosas de sus privilegios y de sirvientas ignorantes de sus derechos? Olvide a la “señá Benina” como la han olvidado todos. Estamos haciendo cultura, no política.

Excélsior, 13 de febrero de 1971, pp. 6A, 8A.


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