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  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

LA CALUMNIA: DESPOJO, ASESINATO, ESTILO DE VIDA (1969)

Por Rosario Castellanos


La empresa editorial Siglo XXI acaba de publicar un libro de Michel Adam, traducido del francés por Julieta Campos, que lleva el título de La calumnia, relación humana.

En las primeras páginas el autor se asombra de que si este "modo de hablar” es tan frecuente y no sólo ahora sino a lo largo de la historia, haya sido tan poco estudiado. No deja de ser revelador el hecho de que la bibliografía se reduzca a unos muy escasos tratados de Teofrasto que sólo se conocen por una referencia de Diógenes Laercio, ya que los textos se perdieron.

Adam pretende, entonces, llenar este vacío y analiza el fenómeno desde varios puntos de vista: el religioso, el psicológico, el jurídico y el social.

La calumnia, según Adam, es el modelo de los pecados, el más grave de todos por su origen en la conciencia personal y por la repercusión en los otros. El calumniador hace el mal, quiere el mal, contempla el mal y saborea en él su venganza o cultiva en él su placer.

Ahora bien, ¿cómo procede? Haciendo uso de la palabra pero desnaturalizando la función del lenguaje. Éste ha sido creado y sirve para enunciar la verdad y para que ésta pase de ser patrimonio privado a bien común. “El logos es a la vez discurso y razón; es posible dar razón de lo que se dice. Cuando el lenguaje se desvía de su sentido, esa unidad del pensamiento va a disolverse en una pluralidad en diversiones al infinito. Serán los matices falaces, los sobreentendidos, las alusiones pérfidas que provocarán sospechas y heridas.”

En la maledicencia, por lo que tiene de objetiva, encontramos aún muchos elementos que nos permiten calificar esta actitud como intelectual y crítica. Pero en la calumnia se ha dado un paso hacia otra dirección en la que se pretende sustituir el mundo existente y la realidad concreta por un mundo en el que al exagerar o disminuir alguno o algunos de sus factores resulta ficticio y por una realidad que se construye confiriendo un orden diferente a los hechos dados.

Es por esta utilización y manejo de lo verdadero por lo que la calumnia tiene éxito. Pero también porque el calumniador procede más que con argumentos (no está tratando de convencer sino de contagiar) por evasivas, por insinuaciones cuya fuerza radica en su vaguedad, por hábiles tentativas para que la imaginación de su interlocutor se ponga en movimiento y siga las directrices que se le señalan y vaya a desembocar siempre más lejos de los que hubiera llegado si se le hubiera dicho algo explícito y definido.

Todo esto sería un juego inofensivo y quizá hasta una actividad estimulante y creadora si el contenido de la calumnia no tendiera a lesionar la imagen de otro, a destruir su nombre, a cambiar el signo de su reputación, atribuyéndole el vicio que la moral condena con mayor severidad, el hábito que el grupo considera como más ridículo, la afiliación a una secta que se persigue, la comisión de delitos que las autoridades castigan.

El calumniador pude recorrer toda una gama de actos que van desde la confidencia, que se propaga como rumor, hasta la denuncia pública.


Un tal Meleto calumnió a Sócrates pretendiendo someterlo a un proceso… La presencia de Sócrates molestaba a los mediocres y a los importantes…. La vida de un hombre tenía poco valor al lado de la tranquilidad de los elementos menos valiosos del grupo. El mal demostró su fuerza,  pero este fracaso aparente en los hechos permitió también el despertar del pensamiento puesto que fue esa sociedad perversa la que Platón concibió convertir en su República. La filosofía occidental surgió de un drama de la calumnia. 

Si recordamos la agonía socrática nos podemos dejar de sentirnos edificados por su integridad ejemplar. Y aun en casos menores, el calumniado puede suscitar nuestra simpatía porque es una víctima que no ha escogido el triste papel que se le asigna y que tiene que desempeñarlo mal que bien. ¿Pero el calumniador? ¿Cuáles pueden ser sus móviles?

Según Adam, lo que el calumniador no soporta es su aislamiento. Se da cuenta de que la vida social auténtica se le escapa y de que “toda vida comunitaria, toda búsqueda colectiva le son negadas o se aparta de ellas. Va a tratar de constituir un medio artificial de complicidad cuyo lazo será precisamente la fábula que presentará con motivo de tal o cual”. ¿Pero por qué un tal o cual determinado o no otro? En la elección de su víctima el calumniador no va a fijarse en alguien insignificante porque a ese alguien insignificante ni siquiera lo percibe sino que le van a saltar a la vista, literalmente, los méritos, la importancia del otro. Méritos e importancia que el calumniador no posee y quiere poseer, identificarse con el otro. Como no es posible la realización de este deseo por la vía positiva se recurrirá a la vía negativa. La identificación va a realizarse no en la altura del calumniado, sino en la vileza del calumniador. Él es el que se proyecta cuando señala los puntos condenables en el otro. Es su ser oculto el que se revela cuando habla.

Hasta aquí se ha plateado la relación del calumniado y el calumniador como intersubjetiva y en la que, por una parte, hay una pasividad que puede teñirse de resentimiento o de benevolencia y por la otra hay una afectividad morbosa que reclama hechos compensatorios, una pasión que desborda sus cauces y que no teme siquiera las consecuencias penales.

Pero este lazo tan íntimo ¿puede conservarse dentro de una sociedad como la nuestra en que las relaciones son cada vez más impersonales, más distantes? “La extensión de los medios de información le da a la calumnia una resonancia más viva y un campo de acción más extendido, al mismo tiempo que la simplificación de pensamiento que supone arrastra satisfecho al seudo juicio de las masas.”

La calumnia, observa Adam, ha dejado de ser regional y aun nacional para convertirse en un fenómeno mundial. La rapidez con que se difunden las noticias y el ámbito que abarcan ha hecho posible esta expansión de un mal que antes se localizaba en un grupo muy reducido de individuos. Pero al perfeccionamiento de los medios de comunicación habrá de añadir otro aspecto muy importante para que la calumnia prolifere y es el gusto por lo sensacional. ¡Con qué avidez leemos los detalles de un crimen y las descripciones de los presuntos culpables! ¡Con qué desgano se publican y se reciben las rectificaciones cuando los presuntos culpables demuestran su inocencia! Y qué fácilmente cedemos nuestra credulidad para las atrocidades que se atribuyen a nuestros enemigos. El calumniador ya no es un hombre. Son instituciones, agencias, empresas. El calumniado también tiene un carácter general y abstracto. Y los cómplices somos todos.


Excélsior, 8 de febrero de 1969, pp. 6A, 8A.



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