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  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

LA UNIVERSIDAD DE AYER Y HOY (1963)

El año pasado las autoridades universitarias —y concretamente el secretario general auxiliar, licenciado Diego G. López Rosado— tuvieron una idea que pronto se llevó a la práctica: la de hacer un exposición que de una manera clara, objetiva y accesible, presentara al público una imagen de lo que es nuestra Universidad alrededor de la cual es tan fácil elaborar frases retóricas, hacer que circulen rumores sin fundamento o, en última instancia, ignorada.

En primer lugar se presentaban los datos históricos. En un país como el nuestro en el que la memoria es, con tan aterradora frecuencia, un adminículo inútil, en que las instituciones, las obras y las personas suelen durar lo que su fundador y desaparecer sin descendencia, es importante la búsqueda de nuestras raíces, el rastreo al través de los diferentes procesos de nuestro desarrollo, el establecimiento de los vínculos entre el pasado y el presente y la referencia de los efectos a las causas. Lo que somos hoy se explica por lo que fuimos ayer y no podemos proyectarnos hacia el futuro sino desde la situación real en que nos encontramos. Hay que conocerla, pues. Y para ello ningún instrumento más eficaz ni más próximo a la exactitud que las estadísticas. Con ellas se han asediado y rendido hasta los últimos reductos de nuestra Universidad para mostrarla en sus más diferentes aspectos. Desde el de su mera configuración exterior —los edificios, los campos, los ornamentos—; desde sus medios económicos —el subsidio gubernamental, los ingresos por concepto de colegiaturas, etcétera—, hasta la enumeración y clasificación de las personas cuya vida gira en torno de nuestra casa de estudios.

Pero si se trata de una casa de estudios sus ejes fundamentales tendrán que ser los maestros y los alumnos. De los primeros podríamos saber su cantidad, la remuneración que perciben por su trabajo, el nivel académico en el que se mueven y su rendimiento. De los segundos hay muchas cosas más que averiguar y nos encontramos en presencia de una manera todavía, en muchos sentidos, amorfa y que, precisamente en las aulas, en el contacto con las disciplinas intelectuales va a adquirir una forma que le permitirá integrarse en la sociedad y desarrollar sus capacidades de creación y producción. O va a fracasar en su intento.

Porque, de los setenta mil alumnos que en 1962 se inscribieron en las preparatorias, escuelas, facultades e institutos de la Universidad trece mil interrumpieron sus estudios. El motivo principal de la deserción es económico. En efecto, al contrario de lo que piensa una gran mayoría de profanos acerca de que la educación universitaria es un privilegio del que únicamente pueden disfrutar los que a su vez disfrutan de los privilegios de la riqueza y la influencia política, las estadísticas demuestran que la clase social que proporciona mayor número de estudiante es la clase media. El 28.5 por ciento de ellos son hijos de empleados, el 22.9 de los comerciantes, el 16.4 de profesionistas, el 16 de obreros, el 7.8 de campesinos, el 2.5 de militares, el 1.5 de comisionistas y solamente el 4 por ciento son hijos de propietarios, industriales y empresarios.

Esto hace necesario que en muchos casos los alumnos tengan que equilibrar su presupuesto con trabajos cuyas jornadas en muchas ocasiones alcanzan las ocho horas y aun, a veces, las rebasan.

Trabajar y estudiar es un esfuerzo que pocos pueden sostener a lo largo de toda la carrera. Y a ello podríamos agregar que ni el descanso ni la alimentación son satisfactorios y tendremos entonces otro factor bastante apreciable de deserción: la enfermedad.

Pero a estas presiones exteriores el alumno universitario debe añadir otras que lo frustran como tal. Son las que el doctor Jorge Derbez, jefe del Departamento de Psicopedagogía de la Universidad, estudia como problemas de la personalidad. Éstos se reducen, en última instancia, a la desorientación vocacional, dificultades de aprendizaje, desadaptación y bloqueo de potencialidades.

Entre los elementos que más contribuyen a desorientar vocacionalmente a un alumno, el doctor Derbez apunta, en primer lugar, la dependencia. Son los mayores los que aconsejan y a veces hasta imponen la elección de una determinada carrera sin tener en cuenta ni las aptitudes del joven ni su interés. La autoridad se impone al libre albedrío. La situación puede prolongarse más o menos, pero nunca tener como resultado el éxito.

El alumno, por su parte, debido a la inexperiencia de la edad, a los prejuicios que lo rodean y que aún no podría examinar, elige teniendo en cuenta no lo que esencialmente constituye una carrera, sino la aureola de prestigio, de fama o de posibilidades de lucro de que está rodeada. Muchos también se dejan guiar por la creencia en la facilidad del aprendizaje, en la rapidez con que lograrán su independencia o porque suponen que la posesión de un título les conferirá una especie de poder. Los hay también, y no son pocos, los que no aciertan a decidir o los que para ello necesitan la voluntad ajena, contra la cual reaccionan.

Las dificultades de aprendizaje tienen su origen en los malos hábitos de estudios (asistencia irregular a la escuela, tiempo insuficiente de dedicación, etcétera) que se derivan de la actitud del estudiante ante su carrera: o es un memorizador que no añade nada propio a lo que los maestros le dan o carece del menor interés por aprender y se preocupa únicamente por pasar los exámenes o se dedica sólo a las materias que le gustan sin atender las otras.

Todas estas actitudes equivocadas se ligan estrechamente con los conflictos emocionales o con los problemas morales y religiosos que, al vivirse en un ambiente que abre nuevas perspectivas y desarrolla la capacidad crítica, lleva al joven a tomar conciencia de las ideologías que rigen su conducta y su concepción del mundo y que hasta entonces se había limitado a aceptar pasivamente.

Por último existen los factores de la convivencia familiar que, cuando no son armoniosos, el joven los padece y los resiente como una inhibición de sus potencialidades de estudios.

De ninguna manera puede la Universidad ni desconocer la magnitud del alto índice de deserciones ni disminuir su importancia. Una de las preocupaciones más constantes y urgentes de las autoridades y de los especialistas en estos temas es la de procurar abatir ese índice proporcionando a los jóvenes la asistencia de personas cuyo consejo y orientación sea eficaz. Así también ha establecido lo que llaman prueba de selección que, en lo posible, deja el paso libre sólo a aquellos jóvenes que verdaderamente posean una vocación universitaria que, según el doctor Derbez, está constituida por tres elementos: un intenso deseo de desarrollar la propia personalidad, interés en el conocimiento superior y sentido de responsabilidad social.

¿Es todo? No. Mas para hacer un planteamiento más amplio y más profundo no puede prescindirse de los datos que sobre la realidad universitaria arrojan las estadísticas, datos que el público puede ver en la exposición permanente que la Universidad mantiene abierta en su Biblioteca Central.

Excélsior, 17 de agosto de 1963, p. 7A.

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