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  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

LAS CONDICIONES SOCIALES Y LA CREACIÓN LITERARIA (1970)

Caracas, 13 de julio. Exclusivo. El Tercer Congreso, organizado en Caracas por la Comunidad Latinoamericana de Escritores, que se inició el jueves 2 de julio y fue clausurado hoy lunes 13, fue visto —por muchos— con entusiasmo, por otros con burla (se trataba de un congreso más del que no se sacaría nada de provecho) y por lo demás con declarada hostilidad tildándolo de ser un instrumento para defender y afianzar los intereses imperialistas de nuestro continente.

El temario incluía seis puntos: el primero trataba de los problemas profesionales del escritor frente a su realidad social y fue, de todos, el que recibió mayor número de ponencias para ser discutidas y en el que la discusión alcanzó varias veces el grado de conflicto.

Cada uno de los participantes describió las condiciones en las que la literatura tiene que crearse en nuestros países. El panorama, con pequeñas variantes, era siempre el mismo. Un ambiente opresivo de tiranía, de censura a cualquier forma de expresión, de falta de consumidor para el producto libro debido al nivel educativo y económico ínfimo de los lectores potenciales; la imposibilidad de practicar la literatura como un oficio respetado y, por lo mismo, bien retribuido, por lo que el escritor tenía que dedicarse a tareas que consumían casi la integridad de su tiempo, de su energía, de su atención, apartándolo paulatinamente de sus preocupaciones intelectuales y convirtiéndolo en un fracaso cuando no en un suicida.

De la descripción del fenómeno era forzoso pasar a la indagación de sus causas que podían resumirse en una sola: el modo político de la convivencia en el que priva la falta de visión histórica; en el que (ya sea con el título oficial de dictadura o con el de una supuesta democracia) predomina la fuerza sobre la justicia, la persecución, la represión y la arbitrariedad sobre la ley; y la enajenación —en todos los niveles— a las grandes potencias explotadoras a las cuales se sacrifica, o al menos, se lesiona, la soberanía nacional.

Las grandes potencias explotadoras, en el asunto que nos atañe, se reducen a una: Estados Unidos, que ejerce un grado mayor o menor de dominio sobre las repúblicas de habla hispana, portuguesa o francesa en que se divide nuestro continente…


El caso de Puerto Rico


El grado mayor es el que no enmascara, bajo ningún nombre ambiguo o rimbombante, el hecho de que una determinada región geográfica de Hispanoamérica sea una colonia norteamericana. Ejemplo: Puerto Rico, a cuyo movimiento de independencia otorgó la CLE, por decisión unánime de la asamblea plenaria, su apoyo total. Que en este caso no consiste en enviar armas ni en entrenar guerrilleros sino en incorporar a la isla al área de cultura latina que corresponde mediante un activo intercambio de publicaciones, un contacto ininterrumpido entre los diverso núcleos intelectuales que de algún modo tendrán que hacer contrapeso a la agresión masiva y constante que sufren los puertorriqueños por parte de sus dominadores y que tiende a desarraigarlos de sus orígenes y a apartarlos de los pueblos con los que guardaba afinidad su espíritu, de aspiraciones y de problemas.

El caso contrario: Cuba, la cual paga el éxito de sus tentativas revolucionarias para sustraerse de la órbita de influencia norteamericana con un bloqueo intransigente que también la margina del resto de los países de nuestro continente.

La CLE, interpretando el sentir y la voluntad expresa de los asistentes al Tercer Congreso, pidió que cesara ese bloqueo que tan perjudicial resulta a todos.

El caso de Haití fue también considerado con especial atención por la gravedad que reviste. Sus delegados pidieron que la CLE divulgara la verdad de lo que allí ocurre y que no tiene paralelo con lo que ocurre en ninguna otra parte.


Investigar la prisión de intelectuales


También se acordó enviar un documento a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU para que investigue “desde Mesoamérica hasta el Plata”, como dijo Roberto Ibáñez, de qué manera esos derechos humanos fundamentales son violados por los gobernantes de nuestras repúblicas. La investigación debe ser particularmente cuidadosa con los intelectuales cuya prisión puede ser atribuida, con visos de verosimilitud, a causas políticas y no a delitos comunes.

Pero la cárcel no es el único modo de intimidación de que disponen los funcionarios. Hay que añadir las torturas, las condenas de muerte sin llegar antes a ningún formulismo legal; las persecuciones, el exilio, el terror.

En este clima de sobresalto es difícil, para no decir imposible, que se cree una obra de arte. Aun el mismo artista, si sus condiciones peculiares le permitieran la consagración absoluta de su tarea creadora, se sentiría culpable de no participar, con sus coterráneos, de la lucha para alcanzar la libertad y el respeto a su dignidad de persona. Se sentiría una especie de parásito social, un ente superfluo cuya existencia carece de justificación y de fin.

¿Y qué decir de nuestras universidades que son vistas por los hombres poderosos como un foco de rebeldía e insurrección? Para evitar que esa rebeldía y esa insurrección se propaguen se recurre tanto al soborno como a la violencia. A la corrupción de los catedráticos y de los estudiantes con el señuelo de que su docilidad, su falta de resistencia, su abstención de cualquier actividad que pueda ser sospechosa de política, se verá recompensada con el disfrute del éxito, de la propiedad económica y aun conformar parte del grupo en el poder.

¿Pero en qué medida (suponiendo que estos asuntos conciernan a los escritores) son éstos capaces de actuar con eficacia? En la medida en que ejerzan su profesión con honradez y mantengan una conciencia vigilante para los acontecimientos que lo rodean.


Que la crítica deje de ser profesión vicaria


Si los libros no contuvieran ideas, sus autores no serían vistos con tanto recelo por la casta dominante. Y esas ideas—al comunicarse a los demás— ayudan a esclarecer la conciencia colectiva, a contemplar con lucidez cuáles son las metas que persigue y dónde se localizan los obstáculos que le impiden alcanzarla. Ayudan a discernir entre lo auténtico y lo falso, a reconocer la verdad tras los disfraces con que la cubre con propaganda. Pero si las ideas no son formuladas con exactitud no sirven más que para aumentar la confusión que ya padecemos de antemano. Por este motivo se recomendó que la crítica dejara de ser, como hasta hoy, una profesión vicaria a la cual se dedica gente sin disciplina, sin método y sin información.

Pensar alto, sentir hondo y hablar claro. La frase del clásico tiene ahora, más que nunca, aplicación y validez.

Excélsior, 14 de julio de 1970, pp.1,10A,14A.

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