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  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

Malinche (poema)

Desde el sillón del mando mi madre dijo: “Ha muerto”.


Y se dejó caer, como abatida,


en los brazos del otro, usurpador, padrastro

que la sostuvo no con el respeto

que el siervo da a la majestad de reina

sino con ese abajamiento mutuo

en que se humillan ambos, los amantes, los cómplices.


Desde la Plaza de los Intercambios

mi madre anunció: “Ha muerto”.


La balanza

se sostuvo un instante sin moverse

y el grano de cacao quedó quieto en el arca

y el sol permanecía en la mitad del cielo

como aguardando un signo

que fue, cuando partió como una flecha,

el ay agudo de las plañideras.


“Se deshojó la flor de muchos pétalos,

se evaporó el perfume,

se consumió la llama de la antorcha.


Una niña regresa, escarbando, al lugar

en el que la partera depositó su ombligo.


Regresa al Sitio de los que Vivieron.


Reconoce a su padre asesinado,

ay, ay, ay, con veneno, con puñal,

con trampa ante sus pies, con lazo de horca.


Se toman de la mano y caminan, caminan

perdiéndose en la niebla.”


Tal era el llanto y las lamentaciones

sobre algún cuerpo anónimo; un cadáver

que no era el mío porque yo, vendida

a mercaderes, iba como esclava,

como nadie, al destierro.


Arrojada, expulsada

del reino, del palacio y de la entraña tibia

de la que me dio a luz en tálamo legítimo

y que me aborreció porque yo era su igual

en figura y rango

y se contempló en mí y odió su imagen

y destrozó el espejo contra el suelo.


Yo avanzo hacia el destino entre cadenas

y dejo atrás lo que todavía escucho:

los fúnebres rumores con los que se me entierra.


Y la voz de mi madre con lágrimas ¡con lágrimas!

que decreta mi muerte.


Rosario Castellanos

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