top of page
Buscar
  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

MARGUERITE DURAS EN ESPAÑOL (1960)

Entre los escritores representativos de la “nueva ola” literaria francesa, los que han ganado más notoriedad y prestigio son Nathalie Sarraute, Alain Robbe-Grillet y Marguerite Duras.

En esta última los productores cinematográficos vieron la posibilidad fructífera de llevar a la pantalla sus historias. Así fue como en Hollywood una compañía adquirió los derechos de la novela Barrera contra el Pacífico, que no tuvo éxito ni llamó la atención que su calidad merecía. Pero lo que ha servido para consagrarla es el guión de Hiroshima, mi amor, admirablemente realizado por Alain Resnais.

De los ya numerosos libros de Marguerite Duras (Dix heures et demie du soir en eté, Moderato cantábile— también convertido en película— y la pieza dramática Les viaduces de Seine-et- Oise) los editores españoles han preferido no ocuparse. En cambio escogieron, para traducir a nuestro idioma, un conjunto de tres relatos que, bajo el título del primero de ellos —Días enteros en las ramas—, publica la Biblioteca Breve de Seix Barral, en Barcelona.

La generación inmediatamente anterior a la que pertenece Marguerite Duras (a juzgar por los testimonios de Simone de Beauvoir, de Sartre y por los ensayos de Simone Weil) se preocupaba con encarnizamiento por hallar un orden para conjurar el caos aparente del mundo. A este orden unos le llamaron necesidad, otros gravedad. Pero no olvidemos que ya antes se le había dado el nombre de destino.

Porque es una exigencia inherente al espíritu humano reducir la multiplicidad inagotable y contradictoria de los fenómenos a una ley, a un mecanismo. Y porque ciertas experiencias que el hombre padece (especialmente la muerte, pero también todas las otras formas del mal, del sufrimiento y de la injusticia) no le resultarían ni comprensibles, ni asimilables, ni admisibles si no fuese capaz de referirlas a una instancia suprema y sin apelación que es la que constituye la esencia misma del universo y de los seres que lo pueblan.

Lo que varía al través de los siglos es la manera de concebir y de representar la fatalidad. Los trágicos griegos la hicieron patente por medio de grandes figuras que se alzaban sobre los coturnos de su divinidad, de su heroísmo, de su rango. Ellos eran esa especie de pararrayos que atraían sobre sí la tempestad y que, si bien acababan siempre por ser aniquilados, su derrumbamiento suscitaba el estrépito de las catástrofes cósmicas.

El cristiano atemperó estas nociones extremas a que hemos estado aludiendo (orden, ley, mecanismo, necesidad, gravedad, destino), con las posibilidades del milagro y de la gracia. Pero el clima de nuestro tiempo es escéptico y ya nadie acepta las excepciones favorables, la ruptura del engranaje en que nos debatimos.

Simone de Beauvoir y Sartre descubren y muestran los eslabones que nos encadenan desmenuzando con minuciosidad los procesos psicológicos que se desarrollan en una situación dada. Esa situación primero se escoge pero después no puede hacerse nada más que seguirla hasta sus últimas consecuencias.

Marguerite Duras logra los mismos fines con una ejemplar economía de elementos y con la elección de anécdotas que, en su apariencia, no pasan de ser triviales.

Así, en los relatos que integran el volumen que venimos comentando, el suceso se reduce al mínimo y su descripción no requiere más que unas cuantas alusiones directas, certeras, definitivas, a la conducta exterior de los protagonistas. En “Días enteros en las ramas”, cada uno está herméticamente encerrado en su condición: la madre en un egoísmo que reconoce y asume pero que no puede, no quiere, no debe superar, el hijo en la pereza y el abandono a lo azaroso de las circunstancias; la joven amante en su abyección. Hay entre ellos una corriente de simpatía; se comprenden, se compadecen y se admiran. Sin embargo, estos sentimientos no bastan para establecer una comunicación eficaz.

En “Madame Dodin” basta la imagen de un cubo de basura que la portera tiene que vaciar todos los días para que aparezca, en toda su brutalidad, el hecho de las desigualdades sociales, de odio de clases, del ansia de venganza de los débiles y del rencor y la vergüenza de los que se apoyan en ellos para vivir.

En “La obra” vemos crecer cada día, con una disciplina implacable, la imagen de la muerte ante la juventud, la vida y el amor.

Marguerite Duras no se entretiene en preciosismos de lenguaje, ni juega a hacer acrobacias sobre la cuerda floja del tiempo ni escarba interioridades con análisis sutiles. Dice las palabras indispensables para transmitir su concepción del mundo. Una concepción nítida a la cual quizá falte únicamente un elemento: la lucha. Porque aunque la ley sea rígida y la voluntad del hombre se quiebre ante ella mil veces, no siempre se resigna. La lucha es también una de las constantes de su naturaleza a la que nunca renunciará.


Revista Mexicana de Literatura, núm. 16-18, octubre-diciembre de 1960, pp. 89-90.



44 visualizaciones0 comentarios

Comentarios


Publicar: Blog2_Post
bottom of page