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  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

MEIR, EN LA SANTA SEDE: JERUSALÉN, CRUCE DE RELIGIONES (1973)

Tel Aviv.— Para una persona formada en el cristianismo la vida en Israel (no me refiero al rápido pasar de los turistas sino a la estancia larga, a la convivencia prolongada) puede ser una experiencia turbadora. Yo he podido contemplar este fenómeno en toda su magnitud y desde muy cerca en Herlinda Bolaños, la nana de Gabriel, la que ahora me permito presentar a usted. Desde hace once años ha sido el as en mi manga, el arma secreta, la que me ha hecho posible sentarme a escribir estos artículos y otros textos, trabajar fuera de mi casa, realizar viajes, ser libre, en fin. Porque se ha hecho cargo de las tareas duras de la maternidad y porque me ha hecho sentir que hay alguien de absoluta confianza en cuyas manos puedo poner a mi hijo.

Bien. Una vez hecho el elogio que se merece pasemos al asunto que empezábamos a tratar. Cuando yo tuve ante mí la opción de venir a Israel por una larga temporada naturalmente sabía yo que, para decidir, tenía que contar con la anuencia de Herlinda. Ella, su vez, tenía que consultar con sus familiares quienes, para regocijo de todos, acogieron la idea con entusiasmo. ¿Cómo desaprovechar la oportunidad de conocer Tierra Santa y si era posible, hasta santificarse un poco en su contacto?

Por lo tanto teníamos que radicar en Tel Aviv que, según la ONU y con el voto de nuestro gobierno continúa siendo la capital del Estado de Israel, aunque todos los poderes y todos los ministerios (excepto el de Transportes y el de la Defensa) se hayan trasladado a Jerusalén.

Independientemente de consideraciones políticas, Tel Aviv es una ciudad muy populosa y muy extensa y usted encuentra de todo. Hasta una iglesia católica en el antiguo barrio de Yaffo, que queda exactamente en el rumbo opuesto al lugar donde vivimos. Para Herlinda, que se había imaginado esto como una especie de Cholula elevada a la enésima potencia, fue algo más que una gran decepción: una enorme sorpresa.

Yo traté de calmarla prometiéndole que en Jerusalén —adonde yo tengo que viajar constantemente por motivos de trabajo— vería realizados sus sueños. Allí la Vía Dolorosa y el Santo Sepulcro… al tú por tú con la Mezquita de Omar y con el Muro de calendarios respectivos no causan problemas. Porque los musulmanes celebran sus ceremonias los viernes, los judíos los sábados y los cristianos los domingos. Cristianos quiere decir católicos, protestantes, coptos,  quienes discrepan  desde la fecha del nacimiento de Cristo hasta los grados y modos de su divinidad.

Esto ya es como para poner a pensar a cualquiera que no tenga una formación religiosa sólida como solemos no tenerla en países en los que la hegemonía de una confesión determinada es tan amplia que no se prevén ni las confrontaciones ni las discusiones. Basta poner un letrerito en la ventana anunciando que se es católico y que no se admite ninguna propaganda protestante para que el asunto quede liquidado.

Aquí la cosa es distinta hasta en los detalles más nimios. El domingo es día hábil, la era no se cuenta a partir de un hecho que dentro de la tradición cristina es crucial y que dentro de la tradición de Mahoma se registra por su relativa importancia y dentro de la tradición hebrea no se registra más que por las consecuencias catastróficas que para el pueblo judío tuvo el hecho mencionado.

Con el anatema de deicidas los judíos atraviesan dos mil años de historia perseguidos, vigilados, encerrados en guetos, exterminados. Es apenas normal que la mayoría de ellos vea en la Cruz un instrumento de tortura más que una vía de salvación. Los que, por su cultura académica y por la apertura de su criterio pueden permitirse el lujo de la objetividad consideran a Cristo como un líder carismático, capaz de inflamar a las multitudes, lo que hizo necesaria su condena a muerte, proceso que se llevó al cabo de acuerdo con las leyes de Roma. Su doctrina no discrepaba en nada radical de la ortodoxia judía ni adquirió cuerpo hasta que otro judío —San Pablo— la elaboró influido fuertemente por el pensamiento helenístico. Un cuerpo que permitió, en un momento dado, que se adoptara como religión oficial de un imperio en el trance de desmoronarse.

El sentido común le aconseja a uno evitar estos temas de conversación en los que, inmediatamente, ambos interlocutores se ponen tensos, a la defensiva y aun a la ofensiva. Es verdad que ha ayudado un poco el hecho de que el Concilio Vaticano haya absuelto al pueblo judío del delito de deicidio. Es verdad que la visita de Paulo VI a los Lugares Santos de Israel hizo pensar con optimismo en la posibilidad de un diálogo. La primera en dar la réplica ha sido Golda Meir al ser invitada y al aceptar sostener una entrevista, en tanto que primera ministra del Estado de Israel con el sumo pontífice de la Iglesia católica.

Vamos a dejar a un lado los comentarios y las elucubraciones de los especialistas en asuntos internacionales y escuchar las impresiones de la propia señora Meir al respecto.

El primer problema fue mujer al fin, el del vestuario. ¿Cómo presentarse? ¿Con una mantilla? ¿Con un chal? No, le explicaron. Eso se reserva exclusivamente para las señoras católicas. Un sombrero negro podía ser apropiado. Pero ocurría que la señora Meir no había llevado consigo ningún sombrero negro porque no había contado con esta eventualidad. ¿Comprarse uno? ¿Para qué? No iba a tener ocasiones muy frecuentes de usarlo. Entonces recordó que cuando estuvo en la sinagoga de Bucarest se había puesto un sombrero negro que debería de estar en su guardarropa en Jerusalén. Se envió un cable urgente, se encontró el sombrero y El-Al se encargó de trasladarlo inmediatamente a Roma.

Durante la entrevista no todo fue miel sobre hojuelas. El papa le señaló a la señora Meir su extrañeza de que el pueblo judío, que debería de ser misericordioso, se comportara con tanta altanería en su propio país. A lo que la señora Meir contestó: “Su Santidad, ¿usted sabe cuál es mi primer recuerdo? El pogromo de Kiev. Cuando fuimos misericordiosos y débiles y no tuvimos patria se nos condujo a las cámaras de gas”.

El intérprete ha de haber sudado tinta para despojar de su aspereza a ambas frases. Tuvo éxito puesto que al final casi se había creado un clima de cordialidad y el papa agradeció tres veces al gobierno israelí por el cuidado que dispensaba a los Lugares Santos. Y luego cayó sobre la visitante una lluvia de regalos, ¿Acontecimientos históricos? Sí. Pero también otra cosa: “el encuentro entre la hija de Moshe Mabovitz, el carpintero, y el vicario del hijo putativo de otro carpintero”. Un encuentro emotivo. Tanto como el que tuvo con los mandatarios del kremlin cuando presentó ante ellos sus cartas credenciales de embajadora de Israel en la URSS.

 

Excélsior, 7 de febrero de 1973, pp. 7A, 8A.

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