top of page
Buscar
  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

MÉXICO EN ISRAEL: OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS (1972)

Tel Aviv.— La última vez que usted y yo platicamos, se puso la primera piedra de lo que será la Casa de México en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Mientras se llevaba a cabo la ceremonia yo pensaba qué hermoso sería ver en esta explanada (cuando ya esté concluido edificio) alguna escultura de Beatriz Caso. El volumen poderoso, el peso bien balanceado y distribuido, la superficie reveladora de una interioridad y el aura de misterio que se difundiría a su alrededor. Un objeto que al mostrarse apela, sin intermediarios, a la imaginación y la sensibilidad de quien lo contempla y produce gozo estético y añade belleza humana al paisaje.

Y después, en los muros de las aulas y las bibliotecas cuadros de nuestros pintores. El profundo y soterrado lirismo de Lilia Carrillo; los oscuros símbolos de Pedro Coronel; la inteligencia ordenadora de Manuel Felguérez. ¡Y tantos más a quienes no es posible enumerar! Estarían aquí, presentes, llenando la purísima atmósfera del Monte Scopus con sueños soñados en otras latitudes, bajo otras constelaciones. Sueños dichosos que se comunican en un nivel en que no se necesita la traducción, la traición de la palabra.

Dichosos los sueños y dichosos los soñadores a quienes se les derrama la plenitud por el mero hecho de estar, de aparecer. El que esculpe y el que pinta lo mismo que el que danza. En esta explanada las figuras en que el rigor se vuele libertad, como quería Valéry, de las coreografías de Guillermina Bravo. El mito encarnado en personas vivas, el movimiento reducido a la pulsación rítmica de los números y las combinaciones de los números, la aspiración al gesto estatuario y definitivo, la pausa y la reanudación del impulso dinámico.

Soñar no cuesta nada evidentemente. Pero realizar los sueños es algo que está fuera del alcance de nuestro presupuesto. ¿Cuánto nos saldría constando el transporte de un grupo de bailarines, de su vestuario y su escenografía? ¿Cuánto la organización de las representaciones? Hay que tomar en cuenta el local, la propaganda… caro, carísimo. Quedaría compensado con el éxito. ¿Pero quién se arriesga? Los aplausos serían muy satisfactorios, las críticas muy orientadoras. Pero los conjuntos son numerosos y su manejo muy complicado. Y aunque se tratara únicamente de una orquesta de cámara, de un solo ejecutante. No tenemos medios suficientes. Siempre la distancia que, para ser salvada, pide dinero. Siempre el dinero. Que es mucho cuando hay que pagar el seguro de los cuadros de una exposición. Y tantas otras cosas.

Yo insisto en pensar en estas formas de arte (escultura, pintura, música, danza) porque no le proponen al público la dificultad del idioma. Que es el problema específico de la literatura.

Entre el público de habla hebrea y el escritor latinoamericano no ha logrado establecerse todavía una relación más que esporádica y todavía no completamente satisfactoria. Cuando Miguel Ángel Asturias, por ejemplo, obtuvo el Premio Nobel se pensó que era una buena oportunidad para lanzarlo y dar a conocer su obra entre quienes ya conocían su nombre. Con gran entusiasmo se hizo la traducción de El Señor Presidente que fue editada en un formato popular y promovida sagaz y tenazmente.

El resultado no compensó, de ninguna manera, ni los esfuerzos ni las esperanzas depositadas en ellos. La crítica se mostró hostil a los traductores a quienes imputaron la oscuridad de la obra. ¿A quién si no a la torpeza de un ignorante de los matices del idioma podían atribuir el clima delirante en que se desarrolla la acción? ¿Y las arbitrariedades imprevisibles de las conductas? ¿Y la sumisión a potencias mágicas? ¿Y las rupturas cronológicas y lógica de la narrativa?

Esta experiencia los ha hecho cautos y desconfiados en cuanto a los libros que se escriben en nuestros países. A Jorge Luis Borges le concedieron, el año pasado, el Premio Jerusalén, y lo homenajearon muy insistentemente durante su estancia aquí. Pero hasta ahora no conozco la versión en hebreo de ninguno de sus laberintos.

Gabriel García Márquez rompió esta barrera de cautela y desconfianza con Cien años de soledad. Acaba de ser puesto a la venta y no puede decirse que haya despertado ningún entusiasmo. Es más bien turbación, desconcierto. ¿Qué tiene esta agua que tanto se bendice entre nosotros? Los críticos no alcanzan a desentrañar el mérito y los lectores no tienen la paciencia de seguirlo buscando por su cuenta. Se extravían en la repetición incesante de nombres, de hechos, de situaciones. Se irritan ante una sucesión de acontecimientos que enmarcan el estatismo más completo. Y el hilo de la temporalidad se les rompe entre las manos y no aciertan a seguirlo por todos sus vericuetos.

Yo he hablado con algunos editores y les he propuesto nuestro as de triunfo: Pedro Páramo. Hasta ahora me han respondido con evasivas. Todos, menos un agente de publicidad que ha preferido la franqueza.

Me ha dicho que, lo primero que lo sorprendió del libro, fue su complejidad técnica. El contrapunto, el libre tránsito entre el mundo de los vivos y el de los muertos las elusiones, la economía de los medios, le parecieron totalmente en desacuerdo con nuestro nivel de subdesarrollo.

De un país en la etapa histórica en la que se encuentran los nuestros, se espera una literatura de testimonio ingenuo. La descripción del paisaje, el cantar de nuestras gestas revolucionarias y ya. Sin meterse en dibujos.

Después de todo, me comentaba, la Biblia, que conlleva un mensaje divino, se da menos ínfulas. Le llaman pan, pan y al vino, vino. Y aún así es un monumento de ambigüedad. ¿Qué se espera cuando la ambigüedad es buscada y mantenida en todas y cada una de las páginas? Se espera lo que se tiene: el soliloquio, no el diálogo. O, a lo sumo, el diálogo entablado con el espejo.

¿No hay entre ustedes, me decía, el equivalente de un Graham Greene? Buena factura literaria, tema interesante y esa cortesía mínima hacia el lector que es la claridad. Estamos dispuestos a aceptar eso. O el extremo opuesto: el clásico que acertó a expresar el espíritu nacional. Y que produjo una obra maciza, una saga al estilo de los Buddenbrook.

María del Carmen Millán, a ti que lo sabes todo en cuanto a nuestra literatura se refiere, me encomiendo: ¿tú qué contestarías a petición semejante? ¿Puede satisfacerse? ¿Con qué títulos? Porque yo entre mi ignorancia y mi alejamiento de México y el hecho de saber que Balún Canán también ha sido rechazada, tiendo a ser pesimista y a contestar con una negativa.  Pero tú, conservas la objetividad, dime: ¿hay libros mexicanos que traducir?

Excélsior, 29 de abril de 1972, pp. 6A, 8A.

2 visualizaciones0 comentarios

Comments


Publicar: Blog2_Post
bottom of page