top of page
Buscar
  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

POESÍA HEBREA MODERNA (1971)

Debido a circunstancias históricas de todos conocidas (la destrucción del Estado y las ciudades judías bajo las huestes de Tito, la dispersión de los supervivientes por el mundo), el idioma hebreo sufrió una serie de alteraciones y parálisis que se prologaron durante casi dos mil años.

Por lo pronto, los guardianes de la tradición, celosos de ella no quisieron emplear un instrumento tan precioso como era la lengua en la que se habían escrito los textos sagrados y que se había servido tantas veces para la comunicación directa con la Divinidad, una lengua en la que Dios había expresado tantas veces sus deseos, sus exigencias y sus mandamientos, como un instrumento de uso cotidiano, sometido al deterioro, y a las modificaciones que cada región, cada grupo, cada familia quisiera imponerle; a las influencias de lenguas extrañas; a la contaminación de vocablos provenientes de otros orígenes y desprovistos del sello peculiar que sobre sí llevaban los elegidos y que era visible también en todo aquello que les pertenecía o porque lo habían creado o porque lo habían recibido como un don de arriba.

Mientras los habitantes de la Europa central elaboraban el yiddish para comunicarse entre sí y para distinguirse de los pueblos gentiles de los que estaban rodeados; y mientras los habitantes de la Europa meridional cristalizaban el español clásico de los siglos XV y XVI en la forma que conserva aún hasta hoy y que se llama ladino, el hebreo era patrimonio de unos cuantos iniciados: los sacerdotes que sólo encontraban un digno ámbito para el empleo de este idioma en la sinagoga y una ocasión propicia y lícita únicamente en las fiestas religiosas previstas por la liturgia.

Si lo consideramos bien este proceso es semejante al del latín. La única diferencia apreciable no es lingüística sino política. Es preciso siempre tener presente que el latín era la lengua de la Iglesia triunfante y uno de los ornamentos de las personas cultas que recurrían a él para la redacción de sus textos filosóficos o científicos, aunque no resultara igualmente apta para los propósitos artísticos.

En cambio el hebreo era el idioma de la Iglesia vencida y perseguida y los encargados de velar por su integridad no encontraron método más eficaz para que esa integridad permaneciera intacta que el mantenerse alerta contra cualquier posibilidad de cambio o tentativa de introducción de novedades. Las discusiones entre rabinos acerca de la propiedad de un vocablo y de su sentido exacto podían prolongarse durante siglos. No era su prestigio personal el que estaba en juego. Era la memoria de sus ancestros; era la interpretación de las profecías; era la adivinación de las profecías que daban la orientación respecto al porvenir e iluminaban el pasado. Con lo cual era comprensible y soportable el presente.

Una lengua concebida así no sirve para fines estéticos porque, precisamente, una de las características del poeta es su capacidad de renovación y de combinación de las palabras de manera que cuando crea un estilo propio, en cierto modo, está creando también un idioma propio pero que tiende a ser comprendido y habado o escrito por todos. Un idioma en que la alianza entre el sustantivo y el adjetivo se establece rompiendo todos los precedentes antiguos; en el que los vocablos adquieren una sonoridad inaudita pero agradable; en el que son explorados nuevos matices de significación y en el que se logra el hallazgo de no conocidos antes manantiales emotivos.

Uno de los primeros signos de los tiempos fue el tránsito del hebreo de los textos sagrados a los textos profanos. Las corrientes culturales de Europa fueron tan poderosas que el gueto sufrió su influencia y comenzó a redactar en él ya no únicamente leyes y comentarios religiosos sino también tratados, cartas, contratos. Poemas. Ocurría, según dice Ramón Díaz, investigador del Departamento de lenguas Romances de la Universidad de Jerusalén, que “las palabras resbalaban ante los ojos hasta por los labios, pero muy poco se les hablaba”.

Y, sin embargo, era en el habla donde los judíos dispersos por el orbe iban a establecer un lugar común de encuentro, una fórmula de cohesión. Pero la idea del establecimiento de este lugar común no nació de manera fortuita ni abstracta sino que fue la respuesta a una serie de circunstancias políticas. Y su nacimiento fue simultáneo al de la idea de la restructuración del Estado judío y al retorno a la patria de origen.

La reavivación de la lengua, después de un mutismo casi absoluto de milenio y medio —sigue apuntando Ramón Díaz— fue mérito de los inmigrantes que fluyeron hacia Palestina al desatarse sangrientas violencias antisemitas en Rusia desde 1881. A los inmigrantes se les llamaba en hebreo Olim que quiere decir “los que suben”, “los que suben al templo de Jerusalén”, esto es, los peregrinos.

La segunda inmigración o Aliyá —que se radicaliza entre los años comprendidos de 1905 a 1914— cuenta con algunos escritores que fundan en Yaffa un diario: El Joven Trabajador. En él expresaban sentimientos nacionalistas y trataban de poner en claro cuáles eran exactamente los fines que perseguían con este nuevo éxodo en el que, si por una parte eran empujados —como siempre— por la fuerza, por la parte contraria eran atraídos —por primera vez— por la nostalgia, por el anhelo de justicia, por el culto al trabajo agrícola y manual, por el ansia de convivencia, equitativa y libre, por la necesidad impostergable de arraigo en un lugar que, por decreto divino, por antecedentes históricos y por la promesa nunca quebrantada, les era propio.

Les era propio y, al retornar a él, les resultaba —paradójicamente— ajeno. “La nueva tierra palestina, de geología tan distinta a la de los sitios natales sorprendía a los que iban llegando.”

Aristóteles declara que la virtud primordial del filósofo es su capacidad de asombro. Lo mismo podía haber dicho de los poetas. Porque del asombro a la exclamación no hay más que un paso. Este paso lo da Jayim Najam Bislik (1873-1934) cuando, por primera vez, contempla la magnitud impotente del desierto tras de cuya apariencia desolada advierte a los muertos, a los antepasados que están allí aguardando a que se termine el tiempo de la prueba y recuperen la plenitud de sus facultades.


Están pegados a la tierra de los magníficos, las armas vigilantes; a la cabecera, la espada de pedernal; entre hombro y hombro, la jabalina; en el cinturón, la aljaba y el arco; horadando la arena la lanza. 
Se desploman las cabezas, apesadumbradas, de greña crecida; se arrastran las pelambreras como melenas de león. 
Con los rostros tostados y duros, juguetean las saetas del sol
    y con los ojos de cobre amortecido: en ellos tropieza el vendaval.


Pero al mismo tiempo acaba por sobreponerse al paisaje mostrando así, una vez más, que una literatura comienza siempre por la épica, por el recuento de los haberes, por la situación del poeta en un mundo que, en el momento en que permite ser descrito esté permitiendo ya ser conquistado y poseído.

Sólo que los poetas hebreos, contemporáneos o sucesores de Bialik, no eran ingenuos sino que heredaban múltiples tradiciones. Y si, por una parte, los solicitaba lo inmediato para ser reducido a palabra, por la otra esta palabra les presentaba una serie de problemas técnicos que eran, simultáneamente, políticos. ¿Usarían el hebreo bíblico? ¿Se inclinarían hacia la corriente ashkenazi, manteniendo así intacto su cordón umbilical con los países europeos de los que provenían? ¿Sería viable un experimento de la adopción de la modalidad sefardita, más próxima al Oriente? ¿Pero, por qué, a fin de cuentas, tendrían que verter el vino nuevo en odres viejos?

Esas perplejidades son visibles; al través de una traducción al español como la que ofrece Ramón Díaz de los poemas y los poetas más significativos de la literatura hebrea moderna, si observamos su temática. ¡Cuántas veces no recurren a las figuras, a las personas, a los episodios del Libro de los Libros para aludir al momento actual! ¡Cuántas otras no rememoran “el perfume de las lilas al caer del crepúsculo” porque es esta imagen a la que se reduce el gusto según la elaboración romántica! Pero acaba por prevalecer una madura y positiva aceptación del presente que se construye con el trabajo, con la tenacidad, con la técnica, con la astucia pero también, y en no menor medida, se constituye gracias al lenguaje.


Diorama de la Cultura, suplemento de Excélsior, 4 de julio de 1971, p. 5.


39 visualizaciones0 comentarios

Opmerkingen


Publicar: Blog2_Post
bottom of page