Por Rosario Castellanos
La definición que da Thomas Mann de la novela (“aspiración al conocimiento lúcido”) vale para mí.
En Oficio de tinieblas quise rescatar literariamente un hecho histórico: la sublevación de una de una tribu indígena de los Altos de Chiapas contra sus dominantes blancos.
Pero la rebeldía, tan natural, estalla en una atmósfera cargada de elementos irracionales, milagros, y es preciso rastrear muy profundamente en las circunstancias para establecer las motivaciones verdaderas, la trabazón lógica de los sucesos, el soporte de la realidad.
La trama es compleja, los personajes numerosos, las interpretaciones ambiguas. Aunque todo puede reducirse a un punto fundamental: cuando conviven dos culturas que han perdido sus raíces y cuya tradición carece ya de savia; cuando una de ella es más poderosa que la otra y la subyuga; cuando los que se encuentran en situación privilegiada olvidan que los seres sobre los que parasitan son hombres y les imponen un trato inhumano, las tensiones se extreman hasta el punto de la ruptura violenta.
De allí no se sigue que las cosas cambien para mejorar ni que la inocencia corresponda a la víctima y la culpa al verdugo. Las complicidades trabadas entre todos no son fáciles de discernir.
Y si pasamos de la materia a la forma habrá que mencionar las dificultades técnicas: mantener el tono y el ritmo del relato, seguir los cambios de los protagonistas, dar a cada uno la manera propia de expresarse.
¿Tentaciones? La facilidad de la retórica. El deseo de agradar. Las vencí muchas veces. No siempre.
El veredicto final me corresponde en cuanto lectora. Pero no puedo leer aún estas páginas que carecen para mí de distancia, de perspectiva. La impresión inmediata es confusa y contradictoria. No es lícito basar en ella ningún juicio crítico.
La Cultura en México, sumplemento de Siempre!, núm. 7, 4 de abril de 1962, pp. II-III.
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