top of page
Buscar
  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

¿UNA NUEVA INQUISICIÓN?: A ESTE PASO, TODO ARDERÁ EN LA PIRA (1967)

Después de un año de ausencia de México (qué importante se siente uno diciendo esto, cuánto mundo conocido se insinúa, cuántos hallazgos, cuántas experiencias, qué capacidad de absorción y de asimilación), un año en el que no cesé de imaginarme cómo sería el momento climático del regreso, heme aquí otra vez. Y lo que quiero consignar no son mis descubrimientos “allá” sino mis sorpresas aquí.

Tenía previsto enfrentarme a muchos cambios en una ciudad y en un país que se hallan en proceso acelerado –según rezan todas las estadística− de desarrollo. Bajé del avión con los ojos bien abiertos para ver de frente esa nueva fisonomía urbana de enormes rascacielos sobre sus pilotes flotantes, amplias avenidas y ese maravilloso proyecto de metro gracias al cual podremos alguna vez, ir y venir por México como Pedro por su casa.

Bien, allí estaba con eso y muchos otros detalles que no alcancé a figurarme y que complementaban el cuadro. Cuando de pronto me fijo que en los grandes espacios disponibles de las bardas aparecían letreros, pintados con brocha gorda y por manos no muy acostumbradas a frecuentar el alfabeto, con las consiguientes vivas y mueras de la propaganda.

Cuando la propaganda es comercial, ya lo sabemos, nos dice imperativamente que consumamos esto o aquello porque es lo mejor en su género y nos aconseja que no nos dejemos engañar por otros productos. Las vivas y mueras se reservan a la propaganda política, así que era lógico esperar que después de esta toma de posición a favor o en contra viniera el nombre de algún partido, de alguna plataforma, de algún candidato a algo.

Para mi asombro las mueras iban dirigidas ¡contra la pornografía! Me alarmé suponiendo que durante mi audiencia México se había convertido en una sucursal de Sodoma y Gomorra sobre la que se aprestaba a llover el fuego de la cólera divina.

Esperaba ver surgir, en cualquier momento, las muestras de la depravación moral en la que habíamos caído pero no miraba sino transeúntes apresurados, manejadores de vehículos impacientes y espeluznantemente hábiles para sortear los obstáculos y torear el peligro, almacenes abiertos, talleres, etcétera. Las orgías, al menos, no eran públicas. Pero quizá en sitios callados por sabidos y abiertos de par en par a quienes quisieran tener acceso a ellos, se estaban celebrando con los elementos de la tradición a los que se aunarían las invenciones de la técnica moderna. Unas orgías de órdago. Lo único que acertaba yo a suponer de ellas era que no se semejaban a las que nos muestra siempre el cine donde comer uvas en racimo es el colmo de la voluptuosidad y del libertinaje.

Inquirir con discreción acerca de estos sitios (no fueran a creer que me interesaba visitarlos) pero no sólo no recibí ninguna respuesta indicadora sino que logré una expresión de extrañeza compasiva como si el viaje, ese famoso y dilatado viaje, me hubiera sacado los sesos de su lugar.

Abrí los periódicos. Sección de crímenes: lo normal. Pasionales, en riña, por robo, porque lo vio feo. Al menos nuestra corrupción no hacía llegar la sangre al río. Vuelta a la página: sección de espectáculos. Título de la película, después de especificar si era propia para niños, para adolescentes o si la admisión se reservaba de modo exclusivo para los adultos. (Una precaución que seguramente los habitantes de Sodoma y Gomorra no se hubiera tomado el trabajo de tomar). Y en cuanto a los títulos nada había variado, en lo esencial, en el repertorio. Allí comparecían las películas mexicanas de abnegadas madrecitas, de charros bravíos, de cómicos… digamos desternillantes. Allí las de vaqueros que rumian sus filosofías mientras disparan y cabalgan. Las comedias norteamericanas con su dosis normal de picante. Y las hazañas de guerra en las que cualquier acto está permitido porque lo ungirá el éxito que, extraña coincidencia, recae siempre del lado que debe. Por lo demás, no es preciso aclarar que cada película había sido sometida a censura.

¿Entonces? ¿Dónde estaba ese foco de corrupción que alarmaba tanto a los pintadores de letreros en las calles y que ahora, constituidos ya en una sociedad muy respetable, publicaba desplegados en la prensa? ¿En los teatros? A primera vista, al menos, no. Obras decorosas, autores de renombre y ya, esforzándonos mucho, algún vodevil, alguna empresa frívola en la que alternaban cantantes, bailarines y otras variedades. ¿En la televisión? La publicidad y los programas no habían aumentado su apelación a la sensualidad, esa apelación que toleramos y digerimos sin darnos cuenta desde que este medio de comunicación funciona en México.

Ah, pero en los expendios de periódicos se vendían ciertas revistas (muy caras, además) que atentaban contra la moral y las buenas costumbres, según el criterio de esa sociedad que se habría constituido para velar porque permanecieran incólumes.

El índice de fuego está ahora dirigido allí, contra esas revistas. Sus perseguidores exclaman “pornografía” y los demás arden en santa ira y se aprestan a luchar contra el enemigo. Pero ¿quién es el enemigo? ¿Qué es la pornografía? No hay tiempo de entrar en explicaciones sino en acción. ¡Al ataque!

Hoy son esas revistas las que arden en la sagrada pira. Después serán los libros. Porque se supone que los que tratan de exterminar un agente de contaminación no van a detenerse en la primera escaramuza. ¿Declaramos pornográficas las novelas? ¿Declaramos pornográficas las investigaciones antropológicas? ¿Declaramos pornográficos los documentos sociales? Basta hacerlo para que el fuego haga presa de ellos y nos permita sentirnos héroes, un sentimiento que es muy bonito. Pero ¿y las estatuas? ¿Qué? ¿Se van a quedar tan tranquilas, desnuditas (para citar el verso de Renato Leduc), desnuditas y nada más? ¿Y los cuadros? Sí, esos cuadros que nos irritan porque no se nos ha iniciado en los secretos y las riquezas de la pintura. ¿Y las representaciones escénicas que dicen en voz alta lo que no nos atrevemos siquiera a susurrar? Y todo. Una vez puesta en marcha la maquinaria de la inquisición va adquiriendo fuerza, va proponiéndose objetivos más numerosos, va arrollando –sin discriminación− lo que se le pone enfrente.

Todo es puro para los puros, decía San Pablo y ya sabemos, con Simone Weil, que la pureza consiste en poder contemplar la mancha. Lástima que no nos contemos entre esa pléyade de escogidos. Lástima que nuestra conciencia no se sienta a salvo más que cuando destruye las imágenes que la perturban, que la sobresaltan, que la obsesionan. Lástima que carezcamos aún de la fortaleza, de la madurez suficientes como para ser acreedores a la libertad que nos garantiza la ley.

Excélsior, 7 de octubre de 1967, pp. 6A, 8A.

28 visualizaciones0 comentarios

Comments


Publicar: Blog2_Post
bottom of page