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  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

YURIA Y JAIME SABINES: UN PAÍS, UN POEMA, UNA ENFERMEDAD (1968)

Yuria, dice Jaime Sabines en la dedicatoria de su último libro de poemas que lleva por título

, no quiere decir nada. Pero “es todo: es el amor, es el viento, es la noche, es el amanecer. Podría ser también un país: ustedes están en Yuria. O bien una enfermedad: hace tiempo que padecen Yuria”.

Cuando Jaime Sabines convoca a las palabras ellas acuden con docilidad. Y algunas hasta le permiten que las despoje de su carga conceptual (como en el caso de Tarumba que el diccionario de la Academia define como un modismo andaluz para designar extravagancias y locuras y que Jaime convirtió en un nombre propio, el de su interlocutor, el de la parte más honda de sí mismo y que acabó por enseñorearse de un conjunto de poemas y darles nombre) y otras le facilitan el juego con sus sílabas como una sonaja hasta que producen un ritmo armonioso, carente aún de sentido, disponible para el acogimiento de un significado. Como es el caso presente.

Los lectores de Jaime hace tiempo que estamos en Yuria, detenidos ante este poderoso monumento en que un hombre graba su protesta, su esperanza, su desesperanza, su sabiduría y sus oscuridades, aguardando a que venga el otro y lo descifre y lo comparta. Porque ante estos signos se puede asentir o disentir apasionadamente pero no alzarse de hombros con indiferencia, no pasar de largo como si se tratara de un asunto que no nos concerniera. El autor tiene la virtud de arrastrarnos hasta su órbita, de colocarnos en su terreno y ya allí dejarnos en libertad para estar o no estar racionalmente de acuerdo con sus poemas. Porque emotivamente sí hemos sido enajenados.

Es importante hacer esta distinción cuando se refiere uno a la poesía de Jaime Sabines porque señalamos entonces sus características más constantes, las actitudes a las que ha guardado mayor fidelidad, los recursos de los que se ha servido con más eficacia.

Jaime pertenece a lo que se ha dado en llamar la “generación de los 50”, un grupo que al principio mostraba cierta homogeneidad y al que ahora habrá que continuar designando de la misma manera únicamente atendiendo al punto de vista cronológico, al hecho de que se hayan dado a conocer simultáneamente y a través del mismo vehículo de expresión (la revista antológica América, que dirigía Efrén Hernández) y a la amistad mutua que todavía liga a la mayor parte de sus miembros. Pero que ya ha revelado individualidades irreductibles, estilos antagónicos, concepciones literarias inconciliables.

En esta generación habrá quizá uno o dos escritores que puedan no sonrojarse por el hecho de haber incurrido en el verso. Pero la mayoría de los que después iban a desembocar en dramaturgos, en novelistas, en críticos, comenzaron como cualquier joven latinoamericano, poniendo en renglones cortos sus inquietudes eróticas e intelectuales. Para unos esta forma no resultó adecuada a los contenidos que pretendían formular. Para otros no resultó suficiente como tentativa de establecimiento de un diálogo y hubo que aproximarse al púbico por otras vías. El único que resistió las tentaciones de ser ingenioso, de parecer erudito, de alcanzar la popularidad, el único al que bastó el poema fue a Jaime.

Un poema que nace no de la reflexión sino de la conmoción. Podrían aplicársele a sus libros aquellas célebres frases con las que Federico García Lorca presentó ante España a Pablo Neruda: “Un poeta más cerca de la muerte que de la filosofía; más cerca del dolor que de la inteligencia; más cerca de la sangre que de la tinta”.

No las consignas de afuera; no la lectura de panfletos; no la discusión de argumentos sino las experiencias entrañables han hecho de Jaime un hombre con un criterio, con una posición política, con un espíritu revolucionario. No el afán de novedad y originalidad lo han llevado a encontrar un modo específico de comunicarse. Un modo en el que nos contagia, inmediatamente, sin los ires y venires de la demostración, de sus estados de ánimo. Furias y penas de hombre que se sumerge en lo cotidiano para alcanzar las raíces de lo perdurable. Irritación, entusiasmo, burla de quien se atreve a ser tan completamente él mismo que bien puede representar a otro, hacer que todos se reconozcan en su imagen. Y como no sale a la caza de lo trascendental, lo trascendental se le entrega, íntegro y descuidado. Responde a su advocación más corriente: amor.


Digo que no puede decirse el amor.                                                                                                   
El amor se come como un pan,
se muerde como un labio,
se bebe como un manantial.
El amor se llora como a un muerto,
se goza como un disfraz.
El amor duele como un callo,
aturde como un panal
y es sabroso como la uva de cera
y como la vida es mortal.

Nada de las sublimidades de los románticos ni de los exquisitos retorcimientos de los neuróticos. Lo que nos depara la suerte de cada día, lo que está al alcance de cualquiera si tiene la valentía y la honradez de aceptarlo de acuerdo con sus propias condiciones. El amor, que no es único ni eterno tampoco, se practica con los órganos del cuerpo. Entre otros con el corazón que “se vacía y se llena” y en el que “caben todas las cosas, desde la ignominia a la ternura, desde las uvas de mujeres amadas hasta las corcholatas que me tiran los niños. Cada hora deposita en mi corazón un objeto distinto y cada vez que extraigo de él un recuerdo sale con sangre”.

Pero tampoco nos engañemos. Esta actividad no nos vuelve menos solitarios ni nos hace protagonistas de lances maravillosos ni pone un velo sobre la nada. Para quienes aspiraban a lo absoluto y al sentirse defraudados claman de desesperación, a otro, a alguna parte de sí mismo que se niega a aceptar la realidad, de dice Jaime:


Cuando tengas ganas de morirte
esconde la cabeza bajo la almohada 
y cuenta cuatro mil borregos.
Quédate dos días sin comer
y verás qué hermosa es la vida:
carne, frijoles, pan.
Quédate sin mujer: verás.
Cuando tengas ganas de morirte
no alborotes tanto: muérete y ya.


Excélsior, 27 de enero de 1968, pp. 6A, 8A.


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