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  • Foto del escritorRosario Castellanos Figueroa

ÉTICA Y PATRIOTISMO: LA OFENSA AL ESCRITOR DONOSO (1965)

Hay que decir (para quienes no lo saben, aunque no sean muchos) que José Donoso es uno de los escritores chilenos más representativos e importantes de la nueva generación. Que su obra narrativa —que abarca el cuento y la novela— ha interesado y conmovido a los lectores de Latinoamérica y ahora además, gracias a que se ha traducido al inglés, a los que hablan este idioma.

Donoso ejerce su oficio en forma ejemplar. Porque no se ha conformado con los dones innatos de la sensibilidad sino que se ha enriquecido con la cultura y ha reflexionado asidua y profundamente sobre lo que significa y lo que es el quehacer literario. El fruto de estas reflexiones ha cuajado en una obra crítica en la que el gusto y el juicio se equilibran admirablemente y la erudición presta su respaldo a las afirmaciones.

Pues bien, José Donoso radica en México desde hace algún tiempo y ha proseguido aquí su labor en el mismo nivel de exigencia y de excelencia en que se movía desde antes.

Un suplemento cultural recibía colaboraciones y las publicaba con la consiguiente cauda de comentarios, favorables y adversos, pero todos unánimes en el reconocimiento de una autoridad y una buena fe, imposibles de poner en duda.

Pero sucede que en cierta ocasión José Donoso escribe una nota acerca de un libro reciente de Ricardo Garibay —Beber un cáliz— y sus divagaciones lo llevan a mencionar a otros autores y a otras obras y a formular una serie de apreciaciones sobre los mexicanos que, se daban el lujo de no repetir esos lugares comunes en los que tan definitiva y gustosamente nos hemos aposentado.

Alguien, no ha logrado averiguarse quién porque tuvo buen cuidado de ocultar su identidad, estampó al final de esas páginas un insulto. Al hacerlo, dice Femando Benítez en un texto aclaratorio, no agredía tanto a José Donoso cuanto al suplemento que él dirige. Benítez acierta pero podría añadirse que el insultante anónimo perjudica, además, a todos los intelectuales mexicanos que tengan el mínimo respeto por sí mismos y por su trabajo.

Porque se supone que la inteligencia es una cualidad esencial que han de poseer quienes se dedican a ciertas tareas y frecuentan ciertos ambientes. Y que la inteligencia es una aptitud para el conocimiento verdadero en la misma medida en que es un rechazo de los prejuicios, de las opiniones cuya validez no está comprobada o está siempre sujeta a rectificación. Y que la inteligencia es la capacidad para recibir las verdades ajenas o para rechazarlas pero con razonamientos, no con improperios, con lucidez, no con cólera.

La polémica es casi el estado normal de los intelectuales. Pero la polémica tiene sus reglas. Una de las primordiales es la de no confundir los planos. Deslindar con precisión los que es emotivo, irracional, oscuro, de lo que aspira la objetividad. Entender, de una vez por todas, qué diablos, que la apreciación de una obra literaria no significa nada en cuanto a lo que concierne a las relaciones personales que se mantengan con el autor. Que la amistad no es forzosamente una forma de la ceguera o de la complicidad y que un enemigo, o un desconocido, o un extranjero no está, por eso, descalificado para exponer su punto de vista, siempre que lo justifique.

Porque es la sombra de las confusiones que alguien se atreve a dar una salida inadecuada y cobarde a su inconformidad con un juicio.

No valdría la pena referirse a este asunto si el anonimato que guarda el autor del ataque no nos complicara a todos y no hiciera parecer un desahogo individual como un estado de ánimo colectivo que es preciso analizar.

¿Cuál de los dos aspectos de la nota de Donoso es el que ha herido (o el que ha herido más) la susceptibilidad de su oponente? ¿El que valora las corrientes literarias en México o el que describe ciertas conductas y algunos modos de ser del mexicano?

En el primer caso el círculo de los sospechosos se circunscribía estrictamente a los mencionados por el escritor chileno. Pero queremos aquí rechazar de plano esa hipótesis y meter la mano en el fuego por la integridad de estas personas que siempre han sabido hacerse merecedoras del respeto. Un acto, como el consumado por el insultante anónimo, no se improvisa sino que se prepara con largos y reiterados antecedentes de indignidad y cobardía. Y nada de lo que sabemos de Carlos Fuentes o de Juan García Ponce o de José Emilio Pacheco nos inclina a despreciarlos, sino muy al contrario.

¿Entonces? Queda la otra posibilidad. La de que lo que ha sublevado, hasta la abyección, al redactor de esa mezquina y sucia frase es el hecho de que un extranjero haya tenido la osadía de observar con desapasionamiento, con una agudeza insobornable la realidad nuestra y de hacer públicas esas observaciones.

Suponer que esta hipótesis es verosímil exige un fundamento. Y el fundamento está al alcance de la comprobación de todos y es esta atmósfera de chauvinismo, de nacionalismo cerril, que se quiere extender para asfixiarnos.

¿No fue bajo la consigna de que los mexicanos somos intocables (más aún si quien pretende, ya no tocarnos, sólo mirarnos no comparte de ese privilegio de haber nacido en nuestras fronteras) como una sociedad científica inició la campaña contra un libro de antropología al que se quiso convertir en cuerpo de un delito?¿No fue alrededor de la mexicanidad de unos cuadros y de unos críticos, que se centró la discusión —y que degeneró en violencia— cuando se discernieron unos premios de artes plásticas? ¿No es lógico ni admisible añadir el caso Donoso en la lista?

Si acertamos tenemos entonces motivos más que suficientes para alarmarnos y para mantenernos en vela. Porque de esta actitud no se derivan más que errores que cada vez pueden ser más graves y de mayores consecuencias. Amar a la patria es un sentimiento perfectamente espontáneo y perfectamente lícito. Pero que, como todos los sentimientos, puede sufrir desviaciones y aun aberraciones. Si nuestra forma de amar a México nos impide verlo tal como es y al pronunciar este nombre estamos aludiendo a una ilusión y no a una realidad, es necesario que encontremos la forma que satisfaga, no a nuestro egoísmo y nuestra soberbia, sino a nuestra generosidad y a nuestra capacidad de ser mejores y de desear y de hacer un México mejor.

Excélsior, 24 de julio de 1965, pp.6A, 8A.

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